Imaginantología
Mera predicción de los miércoles, cruzar la avenida, atravesar el parquecito al que tan bien le pegaba el otoño, doblar por la callecita rústica de adoquines rebeldes y autos ausentes, que hacía creer por unos pocos segundos que uno se hallaba tan lejos de la urbanización y del hoy, del aquí y ahora porteño, hasta llegar por fin a la puerta de la confitería, donde por acto mágico u ordenanza del destino, el Chino ya estaba esperando sentado en el mismo lugar, saboreando esa sensación de pertenencia que a veces nos provoca la usanza de la holgura: los miércoles, en punto , tercera mesa de la ventana derecha. Desconcertante el día en que la hora cambie, o su asiento esté ocupado y el orden de las cosas, esa seguridad y esa comodidad se desequilibren por completo. Quizá era esta una de las razones por las que el Chino se entregaba comprometido a la práctica de la espera, mismo día, a la misma hora, en la mesa habitual. Blades entraba, saludaba a todo aquel que como él permanecía fiel al café de las seis, y ocupaba su posición en ese sistema de lugares, conversaciones y delicias dulces. El Chino, quien ya había repasado dos veces el diario y había encontrado tres errores ortográficos y dos excelentes promociones para el cine, lo veía llegar como quien ya se espera la cosa, con una sonrisa de extrema confidencia y con una semana de temáticas discutibles encima. Omitiendo el célebre y popular estrechamiento de manos, cada uno se disponía a llamar a la moza y conversar de banalidades deportivas y políticas disfrazándose por unas horas de sociólogos de la vida, creyéndose el cuento, escapando del personaje que significaban todos los días.
Es increíble el poder de una cafetería, donde en la densa atmósfera con olor a moca y tarta de manzana, flota un aire de filosofía, que ingresa en los cuerpos, moviliza las mentes y escapa por las bocas en forma de ideologías y discusiones. Dos hombres se juntan en un café y la totalidad del conocimiento ontológico se reduce a tamaño jarrito y dos de manteca. Blades, con sus dictatoriales opiniones en cuanto a futbol y sus impulsos amorosos por la Polaca, y el Chino, tan poético y bohemio a la hora de ver el día a día. Quizá esta amistad, esta relación orangután-delfín era la que proporcionaba ese dinamismo que ambos creaban los miércoles por la tarde, una cápsula íntima.
-¿Y, Blades? ¿Alguna noticia para reportar? -Anoche la visité otro rato, entre la cena y el café aguado de las once y media, ella justo estaba haciéndose la merienda, siempre tan ida, tan niña y tan adultamente adolescente a la vez – notificaba Blades, que nunca pudo entender por qué razón la Polaca manchaba tanto la taza cuando se hacía malta con leche. -Tiene esa visión tan frívola y a la vez tan pasional ante todo. Una dama paradójica, con perfume a libre albedrío. -¿Perfume a libre albedrío? -Perfume a libre albedrío. En ese instante nostálgico, un frío de resignación corrió por los huesos de Blades.
El Chino miraba a su compañero de discursos como quien mira un loco y se apiada de él, intentando adentrarse uno mismo en su fantasía. -Ahora estoy vacío, llegue al fin, Chino. -Yo más diría que estas lleno, que te involucraste de tal manera que aprendiste a ser uno de los suyos, y que vos, a diferencia de cualquier ser corriente, tenés ese secreto para escapar unas horas del otro lado. ¿Entendés? -Lo tuyo es tan ambiguo. -Y lo tuyo tan ilusorio, Blades. Mirá de lo que te vas a enamorar. -Amar, que concepto tan complejo. No, no la amo. Pero que bien que se hace idolatrar. Con deseo, con ensañamiento, con carne y uñas. La he vestido como la más dorada virgen, la elevé en una cúpula y volé la iglesia en pedazos con ella dentro. -Entonces lo entendés y aceptás. -No hay remedio. -Son los precios de la soledad. Aunque de vez en cuando uno la añora. Yo la añoro mucho, por ejemplo, nunca estoy solo, siempre dispongo de mí y termino cansándome de mi propia sombra. -Creía que el hecho de estar tan bien conectado con uno mismo significaba cierto estado permanente de armonía. -Es como convivir con la peor versión de uno. Todo eso que se es y se odia, bueno, así. Pero seguime hablando del tema de la Polaca, que sino me deprimo y después termino tomando la sopa solo en la cama con la radio en AM… Blades, ¿Me escuchás? El rostro de Blades se reflejaba abstracto en los empañados vidrios de la ventana, dibujando entre destellos de humedad, la mirada de quien se prepara para decir adiós, y aferrarse a las noches de aislamiento y enajenación del alma. -Blades. -Disculpa Chinito, taba viendo que se está poniendo fresquito, ¿Qué hora será, che? Espero que no me cierre la librería del viejo Amaro, no tengo nada que me distraiga de mi miseria esta noche. -La ficción es tu escape. -Es el motor que me mueve para que no me muera de depresión cuando me veo al espejo. ---¿Seguro que estás listo para otro trajín emocional más? Quiero decir, no te olvides lo que provocó la Polaca en todo esto. -Ay Chinito, sus erotismos encendían la chispa de la pólvora de mi viejo corazón, y sin embargo, no era más que literatura mojada en tinta. -La sentías viva, entiendo. -Leerla era sentirse tan vivo con tan poco, sentirse tan poco con algo tan vivo. -¿Entendés que nunca existió, verdad, Blades? -La pregunta sería, si alguna vez existió. ¿Habrá vivido una mina como la Polaca?; ¿Estará quizá en algún lugar de la tierra? -Bendita la musa que flechó al autor. -Amén. -Igualmente podes volver a verla cuando quieras, quiero decir, abrís el libro y te la encontrás de nuevo, haciéndose la leche, rezando un Padre Nuestro, riendo con las hojas de los arboles… -¿Estás loco?, volver a abrir ese libro sería condenar las fantasías a una monotonía interminable, llegaría un punto en que todo acto o comentario de la Polaca sería predecible para mí, y todo el mundo sabe que para mantener estable una relación hay que vencer las barreras de la cotidianeidad y la constancia de la presencia. -Tenés razón Blades, cuando una mina se hace típica y repetible, desprende todo rastro de misterio y pierde lo interesante de su personalidad. -Usted lo dijo Chino, usted lo dijo.
Como el ritual lo proponía, cuando la conversación parecía cerrar perfectamente y cada cual estaba satisfecho de haber saciado las dudas semanales, se proseguía al movimiento recto con la mano, el papelito de la cuenta, el hoy me toca pagar a mí, el apretón de manos acompañado de un leve abrazo, y la salida de cada uno por la respectiva puerta de la calle a tomar.
Esa tarde, mientras las nubes se imponían triunfales en sus sitiales grises, Blades doblaba la esquina de la casa de música y entraba en la librería del viejo Amaro, revolviendo libros y buscando una nueva historia en la cual zarpar esa noche. La búsqueda culminó en la historia de un abogado que se transformaba en vagabundo. Blades lo eligió con la seguridad de que él podría proporcionarle a éste una vaga compañía nocturna entre la finalización de su cena y su aguado café de las once y media. Sentía que podía ayudarlo tanto como amó a la Polaca, o como se unió al club de esos extraños que jugaban Black Jack los domingos, o como adoptó a ese niño huérfano, el cual aceptó felizmente unirse a esa familia de personajes literarios, que no eran más que letras insertas en páginas viejas y amarillas, pero que permanecían sensibles y vivos dentro del imaginario del viejo Blades, acompañándolo, en el letargo de su soledad.