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  • Luz Marus

El viejo samurai

“Escribí una historia sólo para mí”, le dijo el viejo samurai a la aprendiz de geisha, de sólo 17 años: Aiko.


Cuando Aiko salía del karyukai, después de sus clases de baile clásico, el viejo samurai, la esperaba en el salón de madera para curarle los pies lastimados. Sabía que las llagas no eran sólo por la danza, sino por la obsesión de los hombres de su cultura por los pies pequeños, razón por la cual la obligaban a estar vendada la mayor parte del día.


El viejo samurai la encontró una vez llorando en el piso del salón. Se acercó, sin hablarle, con una vasija de agua tibia y un trapo limpio y empezó a limpiarle las heridas, sin decir una palabra. Sólo un gesto de “permiso” y de “perdón” con la cabeza.


Aiko le contó esa noche que había sido vendida por sus padres al Karyukai cuando apenas tenía 13 años. Estaba por cumplir dieciocho y en pocos meses debería irse del lugar. Le daba mucho miedo. Aiko no quería ser geisha. Aiko no quería salir al mundo.


Aunque había aprendido las artes de manera mucho mejor que sus compañeras: el Ikebana, las canciones tradicionales, la ceremonia del te, Aiko se destacaba en teatro y literatura.


Pronto ese mundo se acabaría.


- Cuando salgas al mundo, vas a tener muchas experiencias, y vas a olvidarme. le decía el viejo samurai.


- No quiero irme del Karyukai. No quiero crecer. No me dejes salir al mundo. Quiero quedarme para siempre con vos.


Yo ya estoy viejo. En pocos años voy a cumplir sesenta. En cambio, tu vida recién empieza. Pronto me vas a olvidar. Sólo te pido que algún día, escribas una historia sólo para mí.


El sueño de Aiko era escribir historias. Era la manera que más le gustaba en las artes de darle placer al hombre.


El viejo samurai le dio la mejor lección:


“Por más que te enseñen todas la técnicas del placer, ninguna es cierta. La única que no debes olvidar es la siguiente: Para darle placer al otro, hay que saber percibirlo. Es la única regla, y la más difícil.”

- ¿Cómo se hace para percibir al otro?


- Con los ojos cerrados. Y sobre todo, con tiempo. Muy despacio. Empezando desde lo más mínimo. Y desde ahí, ir subiendo la intensidad, sólo de acuerdo a sus reacciones, por más ínfimas que sean.


- Quiero que me enseñes.


Dijo Aiko mientras lo miraba fijo.


El viejo Samurai negó con la cabeza. Aiko escondió la cara entre sus manos y las mangas de su kimono, y lloró.


El viejo Samurai llegó hasta la puerta y se volvió a mirarla. No podía dejarla ahí sola, llorando.


Se acercó y le llevó un té con hierbas.

- Para que te sientas mejor.


Aiko empezó a beber. El también tomó un sorbo. Ella sonrío. Se abrió sutilmente el kimono. Sus pezones rosados todavía no habían sentido otra piel más que la de sus propias manos. Se recostó en el almohadón rojo, y esperó, esperó mucho tiempo, recostada, con lo ojos cerrados, respirando lento.


El viejo samurai empezó a acercar sus dedos de a poco, casi sin tocarla. Aiko podía sentir la energía que irradiaba. Respiraba cada vez más rápido. Su corazón latía más fuerte. Permanecía con los ojos cerrados, pero su cuerpo empezaba a tener como pequeñas convulsiones. El viejo samurai, no la tocaba. La volvió a cubrir con el kimono. Pero su mano seguía cerca, a milímetros de su pecho.


Después de unos minutos, comenzó a rozarle los pezones por arriba de la tela de seda, de manera tan suave que Aiko no sabía si lo estaba imaginando o si realmente estaba sucediendo.


Aiko ya no podía controlar su respiración. Sus gemidos generaban un eco en el salón de baile, entre las maderas del techo y las paredes.


Seguía sin abrir los ojos, como él le había enseñado. No sabía si eran la yema de sus dedos o la punta de su lengua lo que la rozaba. Cuando ya no podía más y sentía que se quemaba el corazón, él se detuvo. Empezó a escuchar los pasos de que se alejaban. Intentó levantarse y rogarle que no se vaya. El le dijo que sepa esperar. Que sólo respire lento. Pasaron unos diez o quince minutos así.


El viejo Samurai volvió con una vasija pequeña y algunos elementos.

Empezó a recortarle los vellos del pubis que apenas habían crecido. Aiko trataba de controlar la respiración.


El viejo Samurai le pasó una loción por todo el cuerpo. Su mano, su lengua, se acercaron de a poco. Y sólo la percibía, sin hacer nada. Este acto de apenas estar cerca, de no generar ningún movimiento, sin más técnica que la de percibir sus gemidos y su respiración, era lo que le estaba enseñando.


Sólo dejaba su mano cerca, cada vez más cerca de su clítoris, pero no lo tocaba. Y ella se movía y era su clítoris el que buscaba su mano y su lengua, que estaba relajada y suave. El no estaba haciendo nada, pero estaba haciendo todo.


Aiko aún era virgen. Sintió un orgasmo por primera vez. Cuando al fin desfalleció en el almohadón, abrió los ojos y lo miró. El viejo samurai estaba tranquilo, como triste.


Entonces, el viejo samurai le dijo:


- Aprendiste la primera lección sobre el placer. La más importante. Ahora te voy a enseñar la segunda. Y quiero que esta la aprendas muy bien: “Antes de que un hombre esté adentro tuyo de manera física, tenés que sentir que está adentro tuyo de manera espiritual. En tu mente, y en tu corazón.”


La tapó con una manta suave y se fue. Aiko se durmió en paz, por primera vez.


Amaneció antes que sus compañeras y fue al cuarto común que compartían.


El Kariukai estaba alborotado. Había noticias preocupantes. El viejo samurai, se había marchado.


Había dejado una caja de madera para Aiko y una nota.


Aiko salió corriendo al jardín. La prolijidad y elegancia del lugar esta vez, le oprimió el pecho.


Abrió la nota y leyó. “En la caja hay una llave. La llave es de otra caja que hay en mi antigua habitación. Toma todo lo que hay ahí y viaja a Londres. Ahí vas a poder ser escritora. Ya no tendrás que ser una Geisha. O al menos, podes serlo sólo con el que quieras. Pero no olvides esto: Los occidentales no saben nada de todo lo que te enseñé. Ellos viven la sexualidad como un deporte rápido y sin alma. Pero aún así, no dejes de buscarlo y no dejes de creer que existe. Si lo encontrases, vas a tener que enseñarle vos a él. Por eso me fui. Adentro tuyo sólo puede haber uno. Y yo ya estoy muy viejo.”


Pasaron los años, Aiko estaba en la mediana edad y ya no creía que podría existir aquello. Vivía en un lujoso departamento londinenese, rodeada de artistas. Su vida era amable, interesante y feliz, pero ya no creía en las enseñanzas del su viejo samurai. Sólo era un recuerdo dulce.


Aún así, seguía escribiendo historias para él. Confiaba en que aún estaría vivo y que desde algún lugar del mundo, la estaría leyendo.


Esta creencia hizo que se convirtiera en la escritora más exitosa y traducida a todas las lenguas existentes, sólo buscando re-encontrar a su lector ideal.


Aiko había desistido. Había dejado de buscar.


Un día le llega un mensaje inesperado:


“Hola, Aquí, Walter, ¿me llamaste?”


Aiko no tenía la menor idea de quién era.


Iba a responder: No sólo no te llamé, sino que no sé quién sos. Pero le pareció que no era amable y que ella debería ser la demostración de lo que se conoce como la exagerada amabilidad japonesa, que supera a la británica.


En cambio dijo:


- Hola. No, no te llamé. Se habrá disparado sola la llamada. Perdón.


- Habíamos hablado hace dos años. Te había propuesto un trabajo artístico junto. En ese momento me dijiste que no te interesaba para nada y que no escribías a dúo.


Aiko realmente no se acordaba de él ni de lo que le había dicho aquella vez, pero esa noche estaba más desencantada de lo normal y decidió seguirle la charla a este desconocido que había aparecido en su punto máximo de decepción hacia el género humano.


- Estaría de mal humor. Tal vez estaba menstruando. No me hagas caso. Hace dos años no estaba muy bien. Pero ahora estoy mejor. Podemos empezar con ese trabajo cuando vos quieras. Podrías venir a mi casa esta tarde. O mejor, si no te molesta, prefiero el atardecer.


- ¿Llevo algo?


- Sólo a vos mismo. Voy a tratar de compensarte mi falta de amabilidad de hace dos años. ¿Tomás whisky?


- No tomo alcohol. Pero puedo hacer la excepción esta vez.


Aiko estaba esperando al desconocido con quien iba a comenzar a escribir a dúo. El Viejo Samurai le había enseñado también a confiar en su intuición. Algo le decía que debían conocerse.


Mientras estaba preparando el whisky y las copas, sonó de nuevo su teléfono. Atendió. Antes de escuchar una voz escuchó una respiración y por esa respiración lo reconoció. No terminó de decir “¿Ogenki desuka?” cuando Aiko pegó un grito: “Estás vivo!!” yo lo sabía.


El viejo Samurai se llamaba Akemi. Nunca le había dicho su nombre. En el Karyukai estaba prohibido saber los nombres de los maestros. Le dijo: “Mi nombre es Akemi. Estoy de paso en Londres y me gustaría verte.”


Habían pasado veinte años. Aiko hizo cálculos en su mente. Su maestro debería tener ochenta años o más. Su deseo hacia él seguía intacto.

Le pasó la dirección y le dijo que lo esperaba al atardecer.


Le mandó un mensaje a su nuevo conocido y le dijo: “Perdón. Sé que nos tenemos que conocer algún día. Me lo dice mi intuición. Pero todavía no es el momento. Me vas a tener que esperar un poquito más. Recibí un llamado muy importante, que espero desde hace muchos años. Espero que lo puedas entender. A veces, en la vida, todo es cuestión de tiempos. Nuestro tiempo no es este atardecer. Perdón.”


Walter no respondió. Ella trató de confiar en la intuición. Ya tengo su teléfono, pensó. Lo llamaré cuando sea mi momento. Me va a costar que me perdone pero sé que finalmente lo comprenderá.


Estaba nerviosa como a sus 17 años. Sus pezones se endurecieron como aquella primera vez.


A las siete de la tarde, Akemi tocó el timbre. Aiko sintió un líquido inesperado. Fue tanta cantidad que tuvo que ir corriendo al baño para verificar si sería su menstruación que se había adelantado o algún tipo de hemorragia interna. No lo era.


Abrió la puerta y lo abrazó. El abrazo duró varios minutos. El olía tan bien como antes. Era una mezcla de hierbas y mente. Su cuerpo blanco, dócil, frágil, suave.


No envejeciste casi nada, apenas unas arrugas de más.

La vejez es un cuento chino. Sólo existe para los que creen en ella.

Aiko se río de felicidad. Akemi comenzó a quejarse de que en el extranjero lo confundían con los chinos. Eso no podía ser. No entiendo cómo no ven la diferencia, decía.


- Vos estás muy hermosa, como siempre, igual que siempre. La misma mirada inocente.

Hablame de la vejez. ¿Cómo que no existe?

- Bueno, son inventos occidentales del sistema, para tener la excusa de invalidar personas. Y para tener un trabajo rentado más.

- Pero…¿Cómo? Acá está lleno de geriátricos y viejos que apenas se mueven. Existir, existe. No se puede negar la realidad.

- Es cierto. Existe para la mayoría. No para nosotros, Aiko. Lo único que tengo de vejez, es que sé que voy a morir más pronto que otros. Es un dato en el pasaporte. Como si tuviera un pasaje de vuelta para dentro de poco tiempo. Quise disfrutar esta parte de mi viaje con vos.


Aiko lo miró un rato largo. Era cierto. Si bien se notaba su edad, no era un viejo como los otros viejos. Era un hombre sensual, hermoso, sólo con algunas arrugas de más y canas, que lo hacían aún más atractivo. Y un aroma que no se parecía al de nadie que Aiko jamás haya sentido.


- ¿Te acordas de la lección número dos? ¿Que antes de que sienta a un hombre dentro mi físico, primero tendría que sentirlo adentro de manera espiritual, en mi mente y en mi corazón?


- Claro que me acuerdo. ¿Pudiste lograrlo?


- No. Al único hombre que tuve en mi mente y en mi corazón, fue a vos, todo este tiempo. No te voy a negar que en un momento, ya bastante grande, me dije a mí misma que debería probar ese otro tipo de sexo, occidental, común, porque sino sería una chica muy rara. Y sí, probé eso. Tuve que abrir como otro canal, otra vía, no sé bien como explicarte…


- No hace falta que me expliques nada. Nadie te lee mejor que yo. Que por cierto, leí cada una de tus historias durante todos estos años.


- No me atrevía a preguntarte eso. Sabes que sólo escribía para vos. Ese fue mi motor. Y en estos últimos dos años, cuando creí, pensé, que ya no existirías, se me había ido la inspiración.


- Pues aquí estoy. Tenemos que resolver ese problema.


Aiko sonríe y sirve el whisky en dos copitas pequeñas.


- Vamos a empezar este ritual.


Aiko toma de su copa un sorbo largo y Akemi la interrumpe:


- Así no. Más lento. Sólo mojate los labios.


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Fotografía: Mónica Hasenberg


Luz Marus es escritora, periodista, conductora de tv y radio. Fundadora y Directora de las revistas Una más y La Porteña. Fue conductora del programa de tv ¿En qué bar?, por canal (á) y fue una de las conductoras del programa radial Políticamente incorrectas, que se emitió por Radio de Salón. Es autora de las novelas La amante de Stalin, Tu última lolita y Terrorismo emocional.

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