Las señoras de los medios
La señora Susana, Graciela o Flora, hace veinte años se sentaba en su living a mirar novelas de la tarde, paradójicamente, la mayoría de las mismas, venezolanas. Cosía algunos retazos, atendía con desgano a algún marido y a los hijos que le habían mandado tener, y comentaba con sus vecinas las recetas del programa de cocina del momento.
Estas señoras eran o parecían inofensivas. No opinaban sobre política porque justamente no sabían nada del tema, ni pretendían saberlo, y eso estaba bien. No era realmente necesario para ellas. Nunca habían leído ni a Hobbes ni a Rosseau. Apenas en sus bibliotecas, si es que las poseían en realidad , sobrevivían algunos libros de autoayuda o de editoriales religiosas con títulos como "Lucha contra tu ira" o "Las enseñanzas del maestro".
En sus jardines o balcones, se infiltraba alguna planta o flor de tela bastante kitsch que el marido o los hijos tiraban cuando se descuidaba.
Pero más allá de todo esto, eran señoras agradables, que no representaban ningún peligro para la sociedad. Acaso, si tenían algún secreto pensamiento racista, lo ocultaban por pudor, o lo deslizaban sutilmente hacia el novio de su hija, en el living-comedor de su casa.
Repito: eran prácticamente inofensivas. O eso aparentaban. Hasta que el poder económico de derecha, con el control de los medios hegemónicos y el auge de las redes sociales, tuvieron la genial idea de involucrarlas en la escena del comentario político.
A estas señoras, se les amplió su chato horizonte. Ya no sólo podían juntarse en el hall del edificio a criticar vecinos o esparcir rumores sobre parientes. Ahora se las invitaba a opinar, con un usuario registrado, en redes sociales como Facebook y Twitter, y a lanzar sus insignificantes pensamientos al inmenso mundo de Internet.
Se agruparon, se juntaron entre ellas, se reconocieron, se miraron y se dijeron: ¡Oh estuvimos tanto tiempo ocultas y a la sombra de nuestros maridos criando a nuestros ingratos hijos! ¡Ha llegado nuestro momento! ¡salgamos a ocupar las calles y a hablar de eso, ¿cómo se decía? Ah sí, República o Constitución! Y así se juntaron en casas a diseñar creativos carteles que decían cosas como: "Infectadura", "Yo tomo Dióxido de Cloro", "Kretina presa". Y cositas por el estilo.
Las señoras además, tenían una enemiga en común: Cristina Fernández de Kirchner. Porque: ¿Cómo podía ser que aquella mujer se haya atrevido a conseguir poder y admiración por sí misma, y no haya aceptado ser como todas ellas: sombras grises sin profesión ni personalidad, instrumentos de sus maridos cumpliendo los mandatos de sus propios padres y de la iglesia. Si hay alguien a quien odiar, es sin lugar a dudas, a esa YEGUA, que se atrevió a mostrarles lo que podrían haber sido pero no fueron y ya nunca serán. Se unieron, pues, con todos esos puntos en común.
Ahora salen, marchan, hacen bailes en la calle, se cuelgan banderas, carteles, postean en redes, filman con sus celulares nuevos, se indignan, se quejan y creen que al fin tienen una voz y un sentido en sus opacas vidas.
Pobrecitas Susanas, Gracielas y Floras, algunas ya viudas, tan tristemente utilizadas, otra vez, por el verdadero poder.-
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Luz Marus
Escritora, periodista, conductora de tv y radio. Fundadora y Directora de las revistas Una más y La Porteña. Fue conductora del programa de tv ¿En qué bar?, por canal (á) y fue una de las conductoras del programa radial Políticamente incorrectas, que se emitió por Radio de Salón. Es autora de las novelas La amante de Stalin, Tu última lolita y Terrorismo emocional.
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