Como una araña
La veo, pero no le presto el mínimo de atención; mi mujer al otro lado del apartamento me grita sus razones para irse. Esta vez no parece otra de sus amenazas. Evito el contacto visual, aun así percibo su cara de indignación; reprocha mi frialdad, haciendo énfasis en que como siempre actúo como si todo me diese lo mismo. Me hace la pregunta habitual, ¿quieres que me vaya o no? Persisto inmutable, ella sale y tira la puerta.
Regresará, sopeso al ver sus pertenencias olvidadas cerca de la puerta. Sé que tocará la puerta de un momento a otro, y sin mirarme irá hasta el cuarto a devolver cada atuendo a su percha; extensas horas pasarán antes de dirigirme la palabra, ese momento donde todo fluye como si nada hubiese ocurrido. Así es ella, la conozco. Aunque me haya dicho entre gritos e ofensas que esta vez es definitivo, volverá.
Entonces me fijo, está en una esquina de la pared cerca del balcón. La observo hacer lo suyo, da vueltas en círculos, inquieta. Desde esta posición parece que levita sin sostén alguno. Tocan a la puerta. ¿Y Merci? La pregunta que no quería escuchar mientras espero; conociéndola, puedo apostar que esta amiga suya fue mandada por ella para recordarme ya no está. Se acaba de ir, respondo y siento la presencia de la araña a mis espaldas. ¿Y cuándo vuelve? No sé, musito mientras cierro la puerta de a poco para que se de cuenta que ya no me place su visita, ni sus preguntas. Vuelvo a mi puesto. Aunque no desee hablar de Merci la quiero pensar mientras miro a la araña tejer, invariable.
Suena el timbre una vez más. Es ella. No la miro a los ojos, justo lo contrario de lo que espera; me hago a un lado para que tome sus pertenencias. Lo intenta de nuevo, quiere un contacto visual, espera algo de mí tanto como yo de ella. No me dice nada, solo se acerca fijando sus ojos en los míos; siento esa presión que solo ella tiene la habilidad de meterme en el cuerpo. Desiste, le digo desde mis pensamientos, y como si los pudiese oír, deja de mirarme con una gesto más hiriente que cualquier otra anterior; sacude la cabeza y suspira. Lanzo la puerta a sus espaldas, necesito que escuche que se le ha cerrado. Luego la abro sin hacer el menor ruido; me asomo a las escaleras, todavía permanece el eco del golpe, pero no Merci.
Voy al balcón, la observo alejarse sin mirar atrás, sin volver su vista a donde ella sabe que estoy; siempre le he dicho que la observo cada vez que amenaza con su partida. Se va y vuelve a irse. La imagen se me repite como una vieja grabación que no supera lo defectuoso; imagino que soy la entrada del edificio, la gran puerta que ve sus bellas piernas alejarse, al tiempo que deja de escuchar sus pasos hasta perderla de vista. Una helada brisa choca mi cuerpo, quiero creer que la noche no será tan fría, pronto volverá. Noto como los espacios en el apartamento comienzan a ensancharse tras de mí. Percibo un cambio en la araña, está quieta, más grande o más cerca, su sombra se propaga en la pared. Siento su presencia en la mirada, me observa de la misma forma en que suele hacerlo Merci.
El teléfono suena, puede que sea ella, lo dejo insistir. Quiero que sepa que prefiero permanecer junto a una araña; quizás llame solo para decirme que olvidó algún blúmer de su preferencia colgado en la ducha del baño. Insiste. Examino el baño, no hay nada colgando en la ducha. El teléfono desiste. Quizás llamaba solo para saber si deseaba que volviese, o tal vez solo quería hacerme saber de alguna manera que todavía no imagino que no volverá nunca más, que esta vez no será como antes, que ya nada lo es. Veo a la araña estirar sus piernas, se alista para la caza.
El teléfono suena una vez más, me lanzo hacia él. Siento como la araña avanza lento ante mi despiste. No es Merci, es solo otra persona preguntándome por ella. La araña ríe a mis espaldas. Cuelgo el teléfono antes de que esa persona pudiese agregar otras palabras. ¿Y si la primera vez llamó ella desde alguna esquina y ahora se aleja porque no acudí a esa oportunidad? ¿Me dará tiempo alcanzarla? ¿Y si quien preguntó por ella justo ahora no era nadie más que ella misma fingiendo su voz? No puedo moverme de forma brusca, hay redes por todas partes. Sin mirar a la araña descuelgo el teléfono, le doy la espalda. Marco el número de memoria, no contestan; al parecer Merci no está en su casa, no ha llega aún, o quizás nunca quiso llegar a ella. ¿Y si todo su disgusto fue solo una vía para irse sin culpas a otro lugar? ¿Será cierta su indignación? ¿Acaso sus miradas escondían una eminente cuestión que yo debía responderle al instante? Cuelgo el teléfono con rudeza, sin percibir que he quedado atrapado.-
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