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Romero Barea

Laberinto Cortázar




Lectura o visionado. Literalmente, bio-grafía: preludio de una búsqueda, invitación a adentrarnos en la saturación del recuerdo, en la faceta lúdica de una vida. “Las casualidades, mágicas en apariencia (…) se repetían casi a diario como señales misteriosas”. El escritor Julio Cortázar (Bruselas, Bélgica 1914-París, Francia 1984) siempre gustó de presentarse a sus lectores como un mago, un maestro de ceremonias literarias, un hacedor de textos llenos de trampas e interpretaciones. En su semblanza del argentino, el escritor y periodista Jesús Marchamalo (Madrid, 1960), con ayuda del ilustrador Marc Torices (1989), logra salvar los dos escollos en los que solemos caer los cortazarianos: la tendencia a la mitomanía y el abandono a la sobre-erudición.

Cortázar (Nórdica, 2017) es una suerte de bildungsbiografia (si me permiten), crónica de un ménage à trois: el que mantienen un periodista madrileño, un dibujante barcelonés y un mítico escritor de origen belga, relación que nos enseña a amar la literatura y a utilizarla como puerta a otros mundos. En lugar de una hagiografía, una serie de instantes ilustrados: la “tristeza recurrente, sorda e inexpresada, desde que su padre se marchó” siendo el autor de Rayuela (1963) un niño; el encuentro “un día, saliendo de una librería en Saint Germain (…) con Edith Aron”, la Maga, “alta y delgada”; sus últimos días en París, “siempre acompañado por Aurora, Luis Tomasello, Saúl y Gladys Yurkievich”. Recuento gráfico, larga entrevista a tres bandas, anti-glosario caprichoso del vocabulario iluminado del poeta de Salvo el crepúsculo (1984).

“Cortázar acostumbraba a anotar en sus libros: aspas y subrayados, comentarios”. Se entrelazan las preguntas de Marchamalo con las respuestas dibujadas de Torices y la escritura del “enormísimo Cronopio” y todo lo anterior con la felicidad que nos provoca esa mágica sinfonía. La alegría de vivir es central a un libro que se esfuerza por recrear la embriaguez de la lectura, a veces con citas directas, a veces imitando el estilo del homenajeado: “Le divertía dialogar con los autores, felicitarlos o discutir con ellos”. A medio camino entre la reverencia y el ensimismamiento, lo elocuente y lo íntimo, Marchamalo/Torices desdibujan su propia personalidad para diluirla en la del biografiado.

Logran con creces su objetivo: acercarnos al cuentista de Bestiario (1951), su compromiso con la vida, su afinidad con la literatura. Concluyen: “Está enterrado en el cementerio de Montparnasse. Una tumba que semeja ser un libro y donde es costumbre dejar flores y notas sujetas con guijarros (…) a veces un libro suyo abierto y subrayado, a veces un paquete de cerezas”. Los lectores que conocemos a Cortázar obtenemos el deleite de reconocerlo (y no siempre cuando el propio escritor está siendo citado). Los que aún no lo han leído serán felices de seguir a Marchamalo/Torices a través de los seductores senderos del laberinto que han urdido.-


Sevilla, 2017.





José de María Romero Barea


(Córdoba, España, 1972).

Es profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural. Autor del libro de poemas Europa aplaude (Paralelo) y las novelas Oblicuidades (Anantes) y Mitze Katze (Amargord). Ha traducido Gerald Stern. Esta vez. Antología Poética. Colabora, entre otros, con los diarios Le Monde Diplomatique, La Vanguardia (Revista de Letras) y las revistas Claves de Razón Práctica, Quimera y Nueva Grecia, de cuyo consejo de redacción forma parte.

https://romerobarea.wordpress.com/ @JdMRomeroBarea.


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