Juventud: lenta sombra del tiempo
Hay un clamor que sube desde el vientre de la noche y estalla en una bocanada de potentes imágenes que trastocan el sentido de la fuerza nominal de los cuerpos.
Del nombrar a lo nombrado, del don a la donación, del crear a lo creado, del revelar a lo que se revela, de lo inmediato a lo mediato, de esto a lo que queda de ello.
Clamor que es más que una antropología de la imagen, más que una arqueología del saber, clamor que hace lentos los movimientos del tiempo, tal como si fuese los incansables ojos de Deleuze, para perseverar en las estepas de la memoria, que es palabra en otro estado de composición, iluminadas por la antigua luz del mundo.
Clamor que no es otra cosa que la expresión de los estadios de Juventud. Expresión que no es sin deseo de que lo uno y lo múltiple sean lo mismo: aún en las variaciones, en los accidentes, todas las generaciones del siglo XX y de esta primera parte del siglo XXI (Y teniendo como referentes musicales a Elvis Presley, John Lennon, Paul McCartney, Edith Piaf - Gugliemi, Philip Glass y Zyce Morten Granau) hacen de la juventud el puro obrar sin más, pura ofrenda de aire, fonema, sudor, soplo incierto.
A partir de aquí, se origina la deconstrucción derrideana para esta ontología de la danza.
Pareciera que el rasgo característico del ser-en-la-juventud es la plasticidad del tiempo. Lentitud que se manifiesta en un movimiento ambivalente: búsqueda de la plenitud y plenitud de la búsqueda.
Roces, toques, suspiros, exhalaciones, ceremonias, rituales, juegos, fisuras, restauraciones, huellas de otro u otra en uno o en una o en ambos, que conforman un río sin orillas. Pulso intacto que es sendero, camino, trayecto desmedido, enthousiasmós (entusiasmo) y ek-stasis (éxtasis) para adoptar la manía de ser todavía lo no dicho, lo que aún calla, lo por decir (se).
Sin embargo, con sólo transitar el jardín de senderos que se bifurcan no alcanza para hallar el árbol del habla. Se necesita del genuino goce, del genuino sentimiento de lo sublime, y, sin él, sólo duele la dura realidad de grado inferior, la que suele atravesarnos de forma cotidiana, la que nos corroe hasta el riesgo de convertirnos en serviles espectros, fantasmas de carne y hueso.
Espectros, sombras que arruinan la plasticidad del tiempo. Y que tensionan, golpean, castigan las irresistibles ansias de ser templo de aire y fonema, de ser lógos que vuelve al fuego, de ser uno en lo múltiple.
Quizás por ello, los intervalos que aparecen en esta obra de la compañía Castadiva sean los estadios lúgubres de la juventud. Estadios que son condición de posibilidad de la apertura hacia el cuerpo escindido, arrojado de sí mismo, de la juventud en sentido pleno, y, por ende, despojado del alumbramiento que generó aquélla experiencia de la plasticidad del tiempo, de su lenta sombra que riega los espacios.
(…) Cuando las luces hilan el tiempo,
de ceguera eidética
las sombras riegan los espacios.
(La huella del erizo, capítulo 1 Esculpir la luz, editorial Hesíodo, 2015)
En suma, este estadio es la apertura hacia el cuerpo lúgubre de todo lenguaje (Porque los mundos lingüísticos también cargan sus brasas y sus cenizas). Es la pérdida de las imágenes, el olvido trascendental, la herida tan divinamente humana.
Y lo que persiste, lo que queda, como Triunfo de la Poesía, término tan caro a la obra pictórica de Gabriela Amorós Seller y que rapto para esta escritura, no son más que estepas de la memoria. No obstante, gracias a este triunfo espiritual, cual Lázaro entre las piedras, la juventud puede recuperar la intensidad de su brillo.
Esa intensidad es el estremecimiento necesario para captar, de nuevo pero de manera más aplomada, otro grado de verdad o desocultamiento. Es decir, el trueno mayor que aún se agita a pesar de la muerte y sus muertos.
Sólo lo verdadero conserva su impronta
como el destello del granito de arena
en los concretos escombros de la memoria.
(La huella del erizo, capítulo 1 Esculpir la luz, editorial Hesíodo, 2015)
La danza de Jazmín Mourelle ejemplifica ese sufrido Triunfo de la Poesía. Sólo basta contemplar su composición griega de las formas y los gestos, rescatada del Ocaso, siguiendo las huellas de Isadora Duncan, el misterio contemporáneo, de Mourelle, que gime y se agita por debajo de su piel, su pasaje de lo humano a lo divino, su cambio de sustancia para perseverar en la juventud, la música azarosa del devenir, el ascenso de su llama entre las cenizas.
La animalidad tampoco puede estar ausente.
Bestial y soberano, instintivo y reflexivo, dócil y sagaz, posesivo y servil, astuto e inteligente, ingenuo y guardián, entre otros rasgos, un extraño ser humano combina los elementos e invoca, pareciera, a la resistencia, al refugio diminuto que mantenga lenta la sombra del tiempo y no termine de caer. Los bailarines Javier Galeano, Cecilia Bolzán y Magali Quintana expresan la extrañeza de su procedencia, de su verdad, de su no lugar.
Lo apolíneo, lo distante, lo opresivo, sucumben ante la fuerte belleza que une los escorzos, los despojos del fruto del lenguaje.
Ahora bien, esta ontología de la danza que desarrolla una labor deconstructiva al tiempo que poética, no sólo indaga en el deseo (ser-en-la-juventud) y excedencia (lo que queda) sino también sugiere que la plasticidad del tiempo y el fin del mismo (cuando no se logra vencer los estadios lúgubres y nos alojan en el grado inferior de realidad) constituyen camino y demora, vértigo y desplome, temor y temblor, ascenso y caída de la metáfora.
Es decir, expone el problema de la representación para comprender y significar la dimensión histórica de los estadios de juventud (en sentido ético, estético, antropológico, sociológico), donde la metáfora es inherente a la creación y, por ende, irreemplazable para hallar sentido a dicho problema.
Es una investigación deconstructiva sobre los cuerpos, sus identidades, sus dilemas, su representación, su sentido, pero también es, como ya lo hemos señalado, una labor poética que como tal se permite utilizar los elementos que su imaginación necesite.
Es por ello que no necesita obligarse a recurrir a otras voces tan potentes como las de Arthur Danto, Hayden White, Franklin Ankersmitt, entre otros, que han trabajado en demasía sobre la relación entre arte e historia.
Ahora podemos regresar sobre este recurso de la metáfora. Juventud por momentos es la danza del desplome, y, en otros, los esfuerzos espasmódicos para que el lenguaje del cuerpo no sienta los efectos de la caída post alumbramiento, pero también es, ya lo hemos dicho, el Triunfo de la Poesía.
Derrumbes, espolones, espasmos, resistencias, huellas, certezas, incertidumbres, asombros, exilios, descubrimientos, que en uno u otro caso asimismo forjan reminiscencias a la búsqueda estética de Pina Bausch.
Las excelentes composiciones coreográficas así lo demuestran, como así también el adecuado vestuario y la puesta de luces, que permiten rescatar una serie de representaciones del cuerpo que lo hacen, a la vez, ser creador y destructor, fuego y ceniza, memoria y olvido.
Cuerpos, ejecuciones, instrumentos de ese clamor bestial nacido de las profundidades de la noche, del árbol original, de la pulsión de vida, del habla.
Por su potencia y poder, es una de las más destacables obras de danza que se manifiesta en la actualidad de la escena porteña. Quizás, en definitiva, sea algo que siempre estuvo allí, frente a mis ojos, esperando la señal del guardián de la noche, animal silencioso, para poner en marcha los vagones repletos de cuadros robados a la historia, de pinturas musicales que ni el tiempo puede quemar, para atravesar mi bosque del lenguaje.-
Jazmín Mourelle
Emilia Massacesi
Septiembre de 2017.
*Fotografía exclusiva de Miguel Santillán
FICHA TÉCNICA
Idea y dirección coreográfica
Mónica Fracchia
Bailarines
Glenda Casaretto, Jazmín Mourelle, Magali Quintana, Noelia Priotti, Cecilia Bolzán, Luisa Lagos, Milagros Guchea, Yamila Rivero, Emilia Massacesi, Gabriela Barroso, Laura Ratón, Hernán Nocioni, Miguel Santillán, Pablo Preuss, Rodrigo Germán, Javier Galeano, Alejandro Desanti, Leonardo Barri.
Música
Elvis Presley, John Lennon, Paul McCartney, Edith Piaf - Gugliemi, Philip Glass y Zyce Morten Granau.
Diseño de iluminación
Fernando Muñoz
Asistente técnico
Mauro Ibarra - Sofía Larriera
Productor musical y arreglador
Agustín Rosse
Asistente de producción
Jazmín Mourelle
Diseño de vestuario
Vanesa Casado
Realización de vestuario
Vanesa Casado - Baila Isadora
Comunicación visual - CCC
Claudio Medin
Sala Solidaridad
Centro Cultural de la Cooperación