Teatro desocupado
Los hambrientos del Sur
Se esculpen los rostros de la carencia con las estecas de la Servidumbre.
Y el soplo plomizo del tiempo asegura el peso del abandono, de la orfandad más abyecta: el arrojo de los sueños hacia la eterna y vacua promesa del mañana.
Servidumbre y abandono, orfandad y muerte, que traen a la memoria aquéllos versos de Simónides:
El parecer incluso a la verdad doblega
El triple rostro de la carencia (espiritual, metafísica, sociopolítica) simula habitar en la verdad.
Y muy probablemente en lo genuino.
Es lo que le sucede a Nacho Cáceres. Ex futbolista, ex centro delantero de Nueva Chicago, equipo tradicional del barrio porteño de Mataderos, desocupado, no puede aceptar el retiro ni el olvido que genera su paso en el mundo deportivo, aún en la delicada crisis económica y amorosa que atraviesa. No se resigna a abandonar la promesa de la fama, en la cual estaría asegurada la plenitud del ser. Pero nunca jamás llega al encuentro la vieja diosa siempre vestida a la moda.
En este punto, Nacho, interpretado con la solvencia propia de Daniel Loisi, desea más la realización de una subjetividad imposible que el reconocimiento de la dura enfermedad espiritual, metafísica y sociopolítica que le acompaña.
Es decir, Nacho es la clásica Penélope que naufraga en la imposibilidad de sus expectativas.
Ahora bien, ¿Qué sería del crear y lo creado sin el gesto femenino de lo disruptivo, de lo que punza por debajo de esa relación?
Así nace la tensión. Así alumbra y denuncia Andrea el extravío del ser.
Ella no es sólo un nombre de origen griego, cargado de virilidad, no es sólo la pareja cuestionadora de las formas de vida en que Nacho simula bienestar, sino incluso es la heroína que rompe las tablillas del mandato, del poder opresor y universal, forma de heroína que Sófocles en su tiempo no podía representar en sus obras y sin dudas le hubiese gustado. Ella es tan divinamente humana y pone contra las cuerdas a ese tanque discursivo de la mismidad, a ese tirano mecanismo de atravesar todas las esferas de la comunicación con los despojos del fruto.
Laura Manzaneda (Andrea) mueve su cuerpo al unísono de la cruda poética del texto al tiempo que su gestualidad logra la hondura necesaria para direccionar la palabra hacia el sonido y la furia de lo que queda en los márgenes de la historia oficial del ser.
Este movimiento no sería posible sin los temblores húmedos que provoca la musicalidad de Biyuya de Astor Piazzolla. Así, en coparticipación herida pero aún bella, nace una atmósfera de denuncia inclaudicable.
Hay un excedente, entonces, incontrolable, muy humano, que se desprende de lo producido en masa.
Andrea se dice de muchas maneras y, sin embargo, es idéntica a sí misma aún en las peores circunstancias, en los peores arrebatos, en sus cambios de humor y de gustos. No sacrifica su dignidad aún en el fallecimiento del sexo, la ausencia de amor (que es el vacío espiritual), la pérdida de trabajo, del dinero y la salud.
Esta tensión entre apariencia y realidad, entre renuncia y denuncia, es un verdadero testamento de época, un genuino testimonio del triple rostro de la carencia inmerso en las aguas de la idiosincrasia argentina. Lo cual no es un dato menor a la hora de ubicar esta obra teatral, escrita por Hugo Asencio y dirigida por Daniel Loisi, en un peldaño de relevancia en la torre de Babel azul y blanca. Asimismo implica una toma deposición, un refugio diminuto, una resistencia húmeda contra la prisión de la autonomía y el olvido de ser.-
La palabra del Señor
Persiste la espera. Y su voluntad siempre se alimenta en la promesa de la palabra.
Este pacto tácito es lo que da sentido al posible encuentro con la verdad, adquiriendo carácter sagrado. Y lo sagrado, como bien sabemos, jamás se nos revela por completo y, sin embargo, nos refugiamos en él para acallar otros abandonos, otras carencias, otras faltas.
Y lo que provoca extrañeza, en sentido fuertemente fenomenológico, es que todo templo implica ruina y toda ruina implica templo: un movimiento intrínseco a la naturaleza del poder.
Un poder que ya no es incuestionable, un poder que ya se sabe que no garantiza nada.
No obstante no podemos desprendernos de su fuerte impronta en el significado y comprensión del universo del lenguaje, en el mundanar por medio de la palabra.
La crisis del poder, entonces, en sentido metafísico, lógico, ético – político, antropológico, está relacionada muy fuertemente con el dominio, control, tergiversación y manipulación lingüística.
Una prisión de la vida, donde la fe en los nombres sagrados -del mundo académico pero también de la cultura en general- y los grandes relatos de la historia han tenido una incidencia superlativa.
El mal tiene su arraigo en la naturaleza del poder y su astuta hegemonía se basa en la producción masiva de la cultura del dinero, la aceleración y fugacidad de los ciclos de vida y la permanente renovabilidad y reciclaje de la apariencia de lo real, del ocultamiento, de la red de mentiras.
Esta es la vigencia de la mirada de Samuel Beckett y su recepción en la literatura y teatro argentino. La palabra del Señor nos trae de nuevo la vitalidad de aquélla visión. Y no sólo eso, nos arrastra incluso hacia la desnudez del sentido de nuestra condición humana.
Se hacen patentes el desasosiego, la ceguera filosófica, la llama infinita del abandono y desprecio más radical, un temporal viciado de sombras de la conciencia.
Sí.
Un temporal imparable, arrollador y cruel, en una parada de micros, sin ninguna noticia de que llegue alguno, en un sitio cualquiera, en el que se encuentran dos personas presuntamente inconexas, a las antípodas uno del otro, persistentes y determinados en sus formas de habitar el mundo.
Luis, desempleado, escéptico, replegado sobre sí, resignado a esperar eternamente el micro que lo regrese a su casa, no se cuestiona más nada, mucho menos ese diluvio que castiga su cuerpo sin descanso -interpretado en muy buen nivel por Pablo Palacio-. Hasta que irrumpe en escena la presencia –se puede entender esto incluso en términos teológicos- de Blas.
Blas, nombre que tuvo singular importancia en la filosofía medieval, a través de su casi indespegable sombrero y de su maletín en mano parece cultor de la belleza del misterio, o, por lo menos, del misterio de los films policiales de los años ’40, a tono con lo oscuro e imponente de su traje y corbata. Verborrágico, entrador y, por sobre todas las cosas, es un falso profeta.
De los falsos profetas deberíamos prevenirnos, nos enseña Martin Buber, ya que en definitiva Adoran al Dios del éxito (En Ensayos sobre la crisis de nuestro tiempo).
Es decir, los predicadores del mesías llamado Dinero. En otras palabras, lo que a estas alturas denomino el mesianismo capitalista.
Lo interesante para nuestro análisis sobre el personaje en cuestión, interpretado por Víctor Anakarato de manera notable, digno de admirar, es que para imponer su sistema de creencias necesita de la virtud de la predicación, como paso previo al convencimiento.
Mejor dicho, para establecer el engaño, la falsedad, la traición, se necesita de un aspecto efectivamente pre-originario, elemental, creador.. En este caso, Blas acompaña el acto de predicar (la fuerte relación nominal que establece) con las formas de la seducción. De esta manera, asistimos al encuentro de un escéptico radical, casi histérico, y un falso profeta, cultor del mesianismo capitalista. No hace falta imaginar el grado incluso delirante de tal choque de fuerzas desgraciadas. Pero gracias a ello, no sin cierta extrañeza, logran la proximidad genuina de lo otro. Lo otro en su ser concreto, real, casi secreto. ¿Quién es Luis? ¿Quién es Blas? Más aún, ¿Qué es lo uno sin lo otro? ¿Qué puede esperarse en la absoluta soledad de la conciencia?Se trata de una interpelación ética de lo otro. Y quizás por ello, es también una interpelación metafísica y espiritual de la intersubjetividad.Lo interpelado abre su rostro y las apariencias de lo real ya no pueden ser. Fallecen. Muertes que dan a luz el color original de lo no dicho, de lo que calla, del fruto arrojado lejos del árbol del habla.
Recuerdo los siguientes versos:
“Lo que fluye en uno dentro del mito no es la verdad sino la realidad,
la verdad es siempre sobre algo, y la realidad es ese algo sobre el cual la verdad es.”
C. S. Lewis
No se alcanza el habla
con las ruinas de lo que queda,
pero señalar lo innombrable
con todo el resto de la lengua
abre un fragmento de luz.
“¿Por qué hay que trabajar sobre la memoria? Porque es necesario abrir un futuro al pasado.”
Paul Ricoeur
Sólo lo verdadero conserva su impronta
como el destello del granito de arena
en los concretos escombros de la memoria.
(Ces Le Mhyte, La huella del erizo, editorial Hesíodo, 2015)
Una magistral pieza dirigida con excelencia por Norberto Gonzalo, que cuenta con las poderosas actuaciones de Pablo Palacio y Víctor Anakarato, ya mencionados. Una propuesta de estética beckettiana escrita por Guillermo Farisco, digna de ver una y otra y otra vez.-
FICHA TÉCNICA
Los hambrientos del Sur
Elenco
Andrea Laura Manzaneda
Nacho Cáceres Daniel Loisi
Dramaturgia
Hugo Asencio
Asistencia de dirección
Tatiana García
Dirección
Daniel Loisi
La palabra del Señor
Elenco
Luis Pablo Palacio
Blas Víctor Anakarato
Dramaturgia
Guillermo Farisco
Asistencia de dirección
Luis Latella
Dirección
Norberto Gonzalo