Rapiña, esa bestia magnífica.
Otra vez el mal en la creación.
Sus diversos rostros exigen que la obra sea múltiple, sublime, bella, sutil y bestial.
Una especie de pentalogía necesaria y suficiente, donde se refugia la microfísica del Poder.
No sólo es la básica disputa de status lo que está en juego, sino algo mucho más elemental: el deseo de abarcarlo todo, la búsqueda de lo absoluto, el ser abyecto, máquina de persistencia sin medida.
Sumisión, supresión, exclusión, manipulación, desprecio, depuración, cinismo, humillación, tortura, pero también seducción, retórica, desenfreno, placer, complicidad, ritualismo, ceremonia, conforman sus rasgos centrales.
Esta perspectiva foucaultiana facilita la comprensión de hasta qué punto la condición humana es capaz de satisfacer al Poder, aún a costas de perder el sentido de esa lenta sombra del tiempo que acecha sobre los escombros de la memoria.
Sea en los ámbitos más exclusivos del Pensamiento, sea en los círculos dorados de la cultura, sea en el complejo entretejido de la biopolítica, sea en la más plana y áspera cotidianidad.
Como ave de rapiña, como bestia magnífica, como leviatán de arena y niebla, es ese deseo de Poder absoluto, aunque sea por un instante, lo que arrasa con las escenas más logradas de nuestra representación del mundo.
Como una asesina serial, la rapiña ejerce la depredación en cuatro historias, escritas por Mariana Topet y Leandro Airaldo, que a su vez ejemplifican ese modelo, ese esquema, no exento de poesía, y la expresan en técnicas y métodos, no exentos de belleza, para crear desde el caos.
Del crear y lo creado hablamos, del Poder como mal elemental, de la belleza del caos, de la memoria y el olvido, pero también, y acaso por lo anterior, de una filosofía de la animalidad.
Si bien desde los orígenes del teatro la animalidad se manifiesta o se presenta, muchas veces, en la construcción de personajes, en la construcción musical y escenográfica, de manera relevante, con o sin intenciones ético-políticas, lo que ahora cobra mayor fuerza es atribuir la crueldad humana a la supuesta correspondencia con ciertas conductas del resto de los animales.
Cuervos, buitres, serpientes, alacranes, búhos, erizos, escorpiones, entre otros, se les atribuye el rasgo común de la tendencia a la autopreservación más radical, más cruda, más instintiva. De ahí pueden entenderse diversas interpretaciones del uso y abuso del Poder. Este mecanismo ambivalente es el movimiento corporal de la Rapiña. Y ésta puede manifestarse en los instantes más insospechados.
"SUR
Serpiente. Australia es el hábitat de la serpiente más mortífera del mundo, conocida como “víbora de la muerte”. Cazar es para ella cuestión de espera y la espera puede prolongarse días. La serpiente expone la punta de su cola y la mueve imitando a un gusano para atraer a su presa. Cuando ella se acerca, la víbora de la muerte lanza una poderosa neurotoxina que bloquea los impulsos nerviosos de su presa, dejándola totalmente inmovilizada."
(Voz en off de Natalia Sosa)
Dos mujeres, un hombre invisible y el deseo de conocer el amor por medio del fruto del árbol del habla. Los laberintos del lenguaje, el misterio de la palabra, la prisión que subyace a toda posibilidad de discernimiento.
Normatividad y autonomía, responsabilidad y libertad, culpabilidad y exoneración, de esto se trata. Es decir, se trata, en esta historia denominada Sur, del problema antropológico y metafísico acerca del cuerpo: todo lo que el cuerpo debe y todo lo que el cuerpo puede.
Irene Bazzano vuelve a la escena porteña, en reemplazo de Graciela Neugovsen, componiendo un personaje a la altura de tales exigencias. Nélida, su personaje, urbano, sombrío, poético, como una serpiente del Génesis bíblico, en pleno Siglo XXI, tratará de confundir los sentimientos de Livia, interpretado con solvencia, entrega y dramatismo por Sandra Franzen, sumida en el deseo carnal de transgredir los mandatos.
La contundencia de la palabra, del texto expresado en la voz imperial que compone Bazzano, como así también sus instantes de silencio que abren a preguntas perturbadoras, su mirada de río embravecido y penetrante, la gestualidad justa y severa de su rostro iluminado por la inminencia de la muerte, el movimiento cauteloso y elegante de sus brazos, el deslizamiento de sus piernas de ninfa jugando cruelmente con la tensión del personaje de Franzen en su vigilia de hierro, hablan por sí solos del alcance de su cuerpo escénico.
Así el Poder erótico gobierna la ejecución de los actantes y se convierte, por consiguiente, en un genuino hecho teatral. Y aquél hombre invisible no es más que la resignificación simbólica de aquélla recordada obra de Samuel Beckett, Esperando a Godot.
La persistencia de esta figura, no es más que la persistencia de la oscuridad de la conciencia, el mito de la razón, el lógos hecho carne, la genuina intencionalidad del ser – con otro.
N esta especie de genealogía del poder, donde la sexualidad y la animalidad están muy presentes desde el comienzo, se logra abarcar con belleza poética dicho problema antropológico y metafísico acerca del cuerpo, más precisamente acerca del problema de lo concreto y lo culturalizado del cuerpo erótico y lo que queda tras esa disputa de Poder.
"BAÑERA
Hienas. Las hienas, el mayor depredador de la llanura del sur de África. Están siempre en alerta para cazar buscando cualquier signo de debilidad en sus posibles presas. Su objetivo suelen ser los animales heridos o los más jóvenes. Cuando el tamaño de la manada disminuye y las presas se vuelven más vulnerables, entonces las hienas aprovechan para atacar." (Ídem)
En Bañera, la manipulación ya no es sólo lingüística y psicológica sino también física.
La manipulación se presenta como el arma predilecta para defender el status sagrado de una idea o creencia, dentro de una sociedad. Sin embargo, como suelo indicar, todo templo implica ruina y toda ruina implica templo.
Este movimiento está presente en esta historia, donde madre e hijo son igualmente presas de esa bestia magnífica que es el Poder.
Una madre de condición humilde, de carácter amable y sereno, llena de esperanzas irrenunciables, interpretada en muy buen nivel por Mónica Kerner, vuelve a ver a su hijo luego de muchos años, después de haberlo dejado al cuidado del cura del pueblo para su mayor y mejor formación ética e intelectual.
Su hijo, ya grande, no puede salirse del seno de la pecaminosidad y el reino de la culpa. Cargasen su espalda, que no deberían ser suyas. Sombras del horror vivido es lo que sangra.
La autoridad eclesiástica permanece incuestionable, a pesar de lo dudoso de sus obras.
Necesita de la ayuda de su madre para hallar respuestas. Respuestas, certezas, canales de purificación que sin embargo, le están vedadas.
Es decir, el hijo, interpretado de manera brillante por Santiago Luna, es el precio que debe pagar en nombre de la apariencia de lo que es, en nombre de una red de mentiras, en nombre de una verdad y justicia que responden a un sistema de pensamiento opresor, bestial y soberano.
Jamás puede salirse de la bañera, siempre su madre lo recuerda en ella de pequeño.
Y la escena en que su madre decide lavarlo por completo ahí dentro no puede significar más que el bautismo y muerte 1) del acontecimiento estrictamente histórico y 2) del hecho estrictamente teatral. Así, el crear y lo creado exponen lo que queda de la sal de la tierra.
Madre e hijo sólo son dos frágiles puntos negros arrojados al vacío, sometidos al eterno extravío que ejerce el soberano animal del lenguaje, que suele vestirse de rapiñero.
"FOTOS
Búho. A diferencia de la cultura occidental, en dónde es considerado portador de la sabiduría, en África y para muchos indios americanos el búho es el mensajero de la muerte. Ataca fundamentalmente a través de sus garras a las que no sólo usa para cazar, sino también para proteger a sus crías. Estos búhos poseen una especie de trinquete para mantener sus garras cerradas en torno a sus presas y de esta forma imposibilitar que se escapen. " (Ídem)
Rastros, huellas, escorzos, restos de un pasado que no cesa. Pero hay que abrir un futuro al pasado con los restos de la memoria. Sólo así se rehabilita el presente; lo contrario, es la trampa, el engaño de un falso humanismo que sólo se reconoce en el oscuro brillo del espejo de la mismidad. Hasta volverse ese gesto en habitual, mecánico, inerte, utilitario, en cada facción del cuerpo social y político. Hasta impregnar con su turbio aroma cada habitación humana, cada intento de refugio ante su presencia.
Y la figura del ser-engarzado, ser-encadenado a las postrimerías de su propia historia, a las apariencias de la verdad, a la enorme roca del olvido, es lo que, finalmente, está presente en esta habitación humana que lleva por nombre Fotos.
¿Qué fue de Baby Jane? Es un film que jamás podremos olvidar, quienes persistimos derrumbando espejos.
Ese deseo de perseverar en el ser-engarzado, esa ruptura del presente que hace del futuro escombros de yeso, ese esfuerzo corporal por fijarla imagen-movimiento a la imagen-tiempo por medio de la determinación meramente lógica, se manifiesta de nuevo en Fotos.
Como en el film, aquí hay un otro concreto y singular, no idealizado pero que idealiza, que es quien esculpe las formas arteriales de encadenamiento hacia su prójimo.
Sin embargo en esta pequeña jaula no habitan dos hermanas sino, desde hace mucho, madre e hija -impecablemente representadas por Andrea Padilla y Silvana Di Sanzo.
En el centro, sentada en una silla modesta, dentro de un vestido de blanco puro, quieta, pálida, luciendo su mirada perdida en un punto en el espacio, convertida en un vegetal de carne y hueso, la hija. Como juego de naipes, repartido de manera ordenada por el suelo, frente a ella, se despliegan fotos de su infancia. A su lado derecho, casi a la altura de su codo, una mesita con jeringas, calmantes varios, cierto juego de sombras y un velador encendido, que adquieren una magnitud perturbadora.
La madre la droga, la maquilla, le corta el cabello y le habla como a una niña. Le muestra las fotos, una por una, juega con ellas, bromea un poco, siente placer.
Y su hija, en su postura corporal y en la profundidad de su mirada, comienza a parecerse a un búho que espera el momento preciso, el instante insospechado para acechar sobre su presa.
Un giro teatral, dramatúrgico, poético, que alecciona sobre nuestra frágil condición humana. La sumisión sólo engendra más desprecio, el engaño sólo da a luz más extravío, la crueldad sólo expone la naturaleza de la condición humana.
"COMO LAS TARÁNTULAS
Almiqui de Cuba. Mamífero terrestre insectívoro muy antiguo. Este pequeño y solitario animal pertenece a la familia de los topos y se encuentra en peligro de extinción. Es muy curioso y se vuelve sumamente agresivo al ser criado en cautiverio. Aunque es bastante tranquilo, cuando se irrita eriza el pelo, gruñe, emite chillidos y enseña los dientes pudiendo envenenar a sus presas hasta inmovilizarlas." (Ídem)
Hijas. Islas irreconocibles, próximas a lo inhumano, al tiempo, irresistibles en su extraña belleza. Fuentes impiadosas de la muerte.
Lo creado se presenta huidizo, traicionero, carroñero. Arrincona la creación. Y ésta ya se encuentra sumida en la falta de representación.
En fin, del don a la donación, una verdad se muda.
Atractiva, sensual, sugerente, cínica, manipuladora, una joven morocha, de cabello rebelde y del color de las tarántulas, juega a ser eterna adolescente y juega a ser buena hija (Una sólida, potente y sobresaliente actuación de Maia Eisenbeil).
Frágil, perdida, alejada del mundo, enferma, postrada en la cama, su madre sufre por otras causas: por la inminencia de la muerte que conlleva la fe en lo creado (Una impecable composición de personaje, con absoluta entrega y compromiso, de Doris Resen). Y sólo le queda ser testigo de cómo su propia creación es la portadora de su evasión más radical, más bestial, más atronadora.
Esta pieza teatral sobre el crear y lo creado, que por supuesto tiene como eje la cuestión del Poder, asimismo implica otros dos niveles de análisis:
Adaptación libre del complejo de Electra, que tiene en cuenta las nuevas máscaras del oscuro objeto del odio.
Resignificación de la compleja relación entre la obra y su autor/a.
¿Son realmente indisociables? ¿La plena autonomía de la obra, respecto desu creador/a, es posible? ¿La eliminación, en el arte, es un recurso o una tendencia natural?
Excelente pieza teatral, una potente distribución de los objetos en el escenario, una acertadísima iluminación, una original lograda musicalización, un trabajo dramatúrgico y actoral superlativo, que requiere volver a sentirla, volver a emocionarse, a reflexionar sobre ese implacable rapiñero que es el Poder.
En estas cuatro habitaciones humanas, en estas cuatro historias, seguidas una de otra, donde en todas ellas aparece el instante de rapiña, o Rapiñero, como una lenta sombra proyectada desde un abismo insondable, que se encarga de revertir el sentido de los objetos sobre el escenario hasta que nazca el aroma de la crueldad, hallo la fibra necesaria y suficiente para alimentar el nido imaginativo, reflexivo y crítico de cada una de estos trazos sobre el papel, que no son más que sudores de tinta que no se comparan con lo que sangra todavía del hecho teatral. Y de lo que se trata entonces, es de la dura tarea de identificar quién o qué puede parar tanta herida trascendental.-
Paraje Artesón, Buenos Aires, 2017.
Ficha Técnica
Sur
Autor Leandro Airaldo
Actrices Sandra Franzen e Irene Bazzano
Bañera
Autora Mariana Topet
Actores Mónica Kerner y Santiago Luna
Fotos
Autor Leandro Airaldo
Actrices Silvana Di Sanzo y Andrea Padilla
Como las tarántulas
Autor Leandro Airaldo
Actrices Doris Resen y Maia Eisenbeil
Hombre de negro/Rapiñero Marcelo Zegalo
Diseño de luces Alejandro Vázquez
Luces Sandro Mlynkiewicz
Diseño y realización de bañera Valeria Pontoriero
Audio locución Natalia Sosa
Audio musicalización Alejandro Marani
Vestuario Verónica Souto
Fotos y diseño gráfico Marcela Russarabian
Asistente de producción Victoria De Angelis
Asistente de dirección Marcelo Accame
Idea original y dirección Mariana Topet