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Antonio J. Quesada

El carro de heno


“El mundo es como un carro de heno y cada uno toma lo que puede”

(Proverbio flamenco)

¡La de horas que habré pasado en El Prado, delante de El carro de heno! La de textos que habré consultado, y la de páginas web (hay que modernizarse…), para profundizar en el sentido de esta obra. De esta y de tantos otros lienzos de El Bosco, todo sea dicho: pero El carro de heno es especial para mí, y siempre intenté indagar con más énfasis en cada leve detalle de este tríptico. Sólo con El Bosco tendría materia para doctorarme, para pasar del Instituto a dar clases en la Universidad, para sacar allí la titularidad, la Cátedra e, incluso, para convertirme en una autoridad mundial en la materia, si el viento es propicio. Todo ello sin salir de El Bosco, porque con él sucede como con el cerebro: que en realidad conocemos una pequeña parte.



El Bosco nunca dejará indiferente: es un género en sí mismo. Y no es necesario ser Profesor de Historia del Arte, como es mi caso (aunque sea en un Instituto), para que te suceda. No. Siempre cito como ejemplo a mi buen amigo Ernesto, que es Profesor de Derecho mercantil (bueno, en realidad es poeta, pero vive profesionalmente del Derecho mercantil, pues subsiste explicando los contratos bancarios y no sé qué cosas más a generaciones de distraídos), y no puede pasar por París sin extasiarse delante de La nave de los locos. Nunca lo hará. Hasta tal punto que, cuando programa una de sus periódicas visitas a París, se aloja en un hotel cercano al Louvre, y a lo largo de cada una de sus jornadas parisinas siempre encontrará un hueco para plantarse delante del cuadro y dedicarle la atención que merece. Nunca falla. Y asegura que cada vez que lo hace descubre algún detalle nuevo.

Recuerdo, qué gracia, cuando escribió un relato titulado Desde ‘La nave de los locos y lo mandó a ese periódico gratuito que regalan en el Metro. Fue divertido: lo publicaron y el hombre iba satisfecho y encantado, con un lote de periódicos debajo del brazo, regalando ejemplares a sus amigos. El creador, en el fondo, es como un niño: con la de artículos y libros de Derecho mercantil que lleva Ernesto a sus espaldas, y estaba el hombre como un chiquillo, con su periódico gratuito (“¡mira, aquí está, han publicado mi relato!”, y marcaba con el dedo la página del relato). El Bosco es capaz de eso y de mucho más.



A mí también me obsesiona El Bosco, pero mi oscuro objeto de deseo es El carro de heno. Me apasiona la obra y me apasiona lo que significa. Casi puedo citar de memoria el tratamiento que la web del Museo del Prado dedica a “mi” cuadro (bueno, a “nuestro” cuadro, pues El Bosco también intervino en algo…). El enlace es https://www.museodelprado.es/coleccion/galeria-on-line/galeria-on-line/obra/el-carro-de-heno/ (en otra parte de la misma página del Museo lo explican con más detalle, e incluso aportan bibliografía: https://www.museodelprado.es/enciclopedia/enciclopedia-on-line/voz/carro-de-heno-el-el-bosco/). El texto del primer enlace dice lo que sigue:



"El tríptico abierto está dedicado al pecado. El lateral izquierdo muestra su origen en el mundo, desde los ángeles caídos al pecado de Eva. En el centro se ve a la humanidad arrastrada por el pecado, por ese carro de heno, metáfora de origen bíblico alusiva a lo efímero y perecedero de las cosas de este mundo. Se ilustra el versículo de Isaías: “Toda carne es como el heno y todo esplendor como la flor de los campos. El heno se seca, la flor se cae”. La tabla derecha deja ver el infierno, destino de los pecadores, con castigos acordes a sus faltas. En el tríptico cerrado aparece un anciano peregrino, que recorre el camino de la vida, plagado de peligros. / En la tabla central, El Bosco recrea un proverbio flamenco: “El mundo es como un carro de heno y cada uno coge lo que puede”. Todos los estamentos, incluido el clero -censurado por vicios como la avaricia y la lujuria-, quieren coger ese heno y subirse al carro. Para lograr su objetivo no dudan en cometer todo tipo de atropellos y pecados, incluso el asesinato. / Se conserva otro ejemplar en el Monasterio de El Escorial, que se supone fue el que Felipe II compró en 1570 a Felipe de Guevara. El del Prado debió pertenecer también a Felipe II, incluso antes que el de Guevara, pero la primera cita que se tiene de él corresponde al inventario del Alcázar de Madrid de 1636."



¿Se puede sugerir más en menos espacio? El Bosco es experto en sugerir en todo caso, pero reconozco que este cuadro me tiene especialmente sorbido el seso, como decían antes. He leído mucho sobre el cuadro, y sobre El Bosco, en general: he leído a Bango Torviso y Marías, a Combe, a Marijnissen y Ruyffelaere, a Tolnay, a Yarza Luaces, a Garrido Pérez, a Bertrand, a Fischer, a Matilla Tascón, a César Pemán, a Santos Bueso/Vinuesa-Silva/García Sánchez, a Isabel Mateos, a González Hernando, a Martínez de Mingo, a Aragonés Estella, a Arias Bonel, a Ricardo Arias, a Morán Suárez, a Hartau,… En fin, he leído todo lo que he encontrado. Además, me he acercado a otros creadores que también se adentraron en este tema: he buceado en Constable, he releído los textos de Camilo José Cela y Ayala e, incluso, superando un sólido prejuicio, leí una cosa que escribió un presentador de programas de misterio de la televisión, una especie de novela. Seguramente me faltan textos científicos por citar, pues no soy exactamente un científico de la cuestión, pero soy algo mejor, para mi gusto: soy un apasionado.



El tema del cuadro, por otra parte, es tan actual: ¿acaso el mundo no se mueve por la gloria efímera de los placeres inmediatos, por el heno? ¿Y no nos acercamos todos al carro, con mejores o peores intenciones, a ver qué rapiñamos? El mundo es como un carro de heno y cada uno coge lo que puede, asegura un proverbio flamenco. Y de ese afán no se libran ni las propias Abadesas, que aparecen en el cuadro acumulando todo el heno que pueden.

El mundo como carro, interesante idea. Un carro guiado por los seres monstruosos que gobiernan el mundo, obviamente: son los que tiran del carro, nos guste o no, desde que el mundo es mundo. Aunque hoy es más difícil percibir esa naturaleza monstruosa de los que tiran del carro, pues se disfrazan con trajes caros y corbatas de seda (o con tacones, en su caso, aunque las mujeres suelen mandar menos en esta hoguera de vanidades) y pueden permitirse el lujo de ser educados y corteses (otros hacen el trabajo sucio, en todo caso). No parecen ser un peligro para nadie, aunque andan tan ensoberbecidos que habría que recordarles, con aquel viejo proverbio indio, que debajo del traje están desnudos. Y, ¡ay!, qué desnudez más poco armónica se intuye…

Sin embargo, como El Bosco conoce perfectamente, ya nos llegará el castigo, pues esto no sale gratis. Nada sale gratis en la vida: por todo hay que pagar, ya que esto funciona así.



Mira uno y remira tanta belleza, y cuando lee a los que saben va descubriendo tantas cuestiones y desvelando tantos detalles que es muy gratificante: que si la lechuza es el símbolo de la herejía o de la malicia, que si la jarra es el símbolo de la lujuria, que si la música es una invitación a la voluptuosidad, que si se refleja el ánimo de rapiña, presente en todas las clases sociales, que si se rechaza a personajes sociales como charlatanes o sacamuelas, que si…

En fin, leyendo uno se culturiza, aprende, y luego goza de modo más ilustrado de las obras de arte.



El cuadro es un lujo. Pero como sucede siempre con El Bosco, cuando uno desentraña lo que allí se ve (y se desentraña una mínima parte, ya lo he dicho y eso hay que asumirlo), el goce es completo. Por eso, intento traer a mis alumnos al Museo del Prado al menos una vez durante cada curso.

Les explico lo que nos interese, dependiendo del momento del curso en que venimos, pero… que nadie ponga en duda el buen rato que pasaremos en todo caso delante de El carro de heno.

Y en la visita que comenzaremos dentro de veinte minutos (ya están llegando algunos de mis alumnos de este año, les veo desde esta cafetería), le dedicaremos gran atención a los pintores flamencos. Este año me tienen especialmente entusiasmado.

Y El Bosco, ya, para qué contar.

Y, dentro de la obra de El Bosco, imaginen qué tela me quita el sueño...


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Antonio Quesada

(Málaga, España, 1974)

Profesor de Derecho Civil en la Universidad de Málaga. Ha obtenido diversos premios literarios (“MálagaCrea”, I Concurso de Ensayos sobre Literatura Coreana, Combocarte, Concurso de Poesía Universidad de Málaga, entre otros) y ha sido finalista del Premio Andalucía de la Crítica en tres ocasiones (así como de otros premios). Ha publicado diversos libros de poesía (“Destellos de una existencia”, “Poesía a instancia de parte”, “Desde el otro lado del espejo” y “Cuaderno de Roma”) y de narrativa (“Un mensaje en el móvil” y “Se hace camino al andar”). Ha sido incluido en diversas antologías poéticas (con especial cariño recuerda “Frontera Sur”, de la Diputación de Málaga, coordinada por Francisco Ruiz Noguera), ha escrito prólogos a diversos libros, ha sido incluido en diversas obras colectivas (por ejemplo, los Cuadernos de Humo, número 11, junio de 2016, coordinados por Hilario Barrero) y recuerda muy especialmente la lectura de su poesía que hizo en El Pimpi, en las tertulias coordinadas por José Infante, el día 16 de marzo de 2015 (Tertulia número 102).


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