top of page
Ces Le Mhyte

El hombre del tablón

“Le fascinan las conexiones de la astronomía con los fenómenos biológicos,en tanto ambos procesos, nuestras vidas y las de las estrellas, son irreversibles.”

Memorias del desierto, Ariel Dorfman

Nada perdura excepto el nombre. Y hay casos en que éste da a luz espacios, zonas, sitios, que indican el asombro de ser todavía lo no dicho. Aun en el acecho de la lenta sombra del tiempo.

Seguí pensando en ello, seguí la huella de esa rabia a pesar de estar sentado en medio de la oscuridad. Y sólo mi mente se detuvo al encenderse las luces del escenario, al hallar otras pequeñas habitaciones humanas además de la que sufro.

El fluir de la vida en un doble espacio escénico, donde se cumple aquél viejo dictamen de Heráclito: Son distintas las aguas que cubren a los que entran en el mismo río [1]

(Nada permanece idéntico a sí mismo).


Y, quizás, al mismo tiempo se cumpla otro:

Este mundo, el mismo para todos, ningún dios ni hombre lo hizo. Sino que ha sido siempre y es y será un fuego siempre vivo, que se enciende según medidas y se apaga según medidas.[2]

(¿Lôgos? ¿Palabra? ¿Discurso? ¿Pasión?)


Dos sentencias, dos dados que se arremolinan en una y otra zona de promesas.


De un lado, Lola y Lucas en búsqueda de la espiritualidad new age, sin importar las fisuras de esta máscara. Más fuerte que el incienso sobre el suelo, se respira aromas de veganismo y budismo porteños.

Del otro, Mónica, La Gallega, ama de casa, y Roberto, repartidor de achuras y chorizos pero también incansable hincha del Club Atlético Chicago.

Ambos en búsqueda de suplir hambres más radicales: la soledad y el olvido.

Sólo de la agonía los salva, sólo quiebra la parquedad que acecha a cada paso del día, la inminente caída del relato futbolero de siempre.


En La casa de Dostoievsky, novela de Jorge Edwards, hay una famosa escena donde El Poeta escapa de la casa derruida por la ventana, imaginaria, ya que sólo había un hueco en la pared, llevando sobre sus hombros una bolsa repleta de medias sucias, trozos de papeles escritos, alguna que otra lata de comida y algunos libros. En pleno silencio de una noche cualquiera.

Lo significativo es que escapó de su propia casa, a través de un salto hacia lo oscuro del sendero. Es decir, lo de adentro ya era un afuera.

En El hombre del tablón, obra teatral escrita y dirigida por Hugo Asencio, el derrumbe de una pared desemboca en el descubrimiento de un espacio mayor que alberga ambos cuartos humanos (Los de las parejas Lola y Lucas, Mónica y Roberto).

Ese hueco, ese ojo descarnado, disipa las fronteras entre lo externo y lo interno.

Más aún, reabre el juego de las neuronas-espejo para marcar que tampoco sus piezas son infalibles.


A diferencia de la famosa escena en la obra de Edwards, aquí reaparece aquélla problemática expresada en la obra No-yo, de Samuel Beckett: la crisis de la comunicabilidad.


El lenguaje mismo es puesto en tela de juicio por medio de un humor irrebatible, insoslayable, deslumbrante, implacable.



Ese agujero en la pared, como metáfora de lo imprevisible, será el ascenso y la caída de la fijación de las creencias, de la estructura que subyace a toda representación del entorno (mundanar)


Y lo que produce extrañeza, como posibilidad genuina de desocultamiento, es la primacía fenomenológica de los modos posibles de ser, por sobre el ser en sí.

Sobre los escombros del lenguaje, exterioridad e interioridad se disipan y sólo persiste lo mudable.


Como el concepto de intervención en artes visuales o en lo que queda de vanguardismo, aquí todos los componentes, de la obra, crean la posibilidad de construir nuevas formas de alteridad.

(En una escena, Lucas atraviesa el hueco en la pared y se encuentra en el comedor de la casa de Roberto, charlan sentados, luego un arrebato hace que Lucas cambie su camiseta por la de los colores de Nueva Chicago, se para en la silla, grita con fervor, alienta al equipo imaginario, salta, creé verlo en el campo de juego, más tarde putea, canta, se excita.

Mientras tanto, Roberto atónito lo mira, mira otro hincha, más virulento, más cegado por la pasión extrema.

En otra, Mónica pasa por el mismo hueco para conocer sobre las preocupaciones de Lola. En el territorio de la joven, La Gallega adquiere modales un poco más refinados y se muestra dócil, suave, confidente, cómplice. Incluso imagina otras formas de amor, menos atrapadas en los túneles de la vida cotidiana.)


La ejecución de los actantes, perfecta.

Fabián Orce, Maru D’Alessandro, Gabriela Suarez y Claudio Di Rocco representan la bella musicalidad de esta pieza teatral tan divinamente humana.



Además si se presta atención a la dramaturgia de Hugo Asencio, pareciera que trata de mostrar los niveles altos de la crisis metafísica occidental -que se centra en la pretensión de una esfera sociolingüística y lógica-política válida para todas las sociedades-. Vale decir, entonces, que en esta creación el humor es un recurso para alumbrar sobre las llagas democráticas del ser-con, las porosidades de la microfísica del Poder.



Teatro La Ranchería, 2018.

-----------------------------------------------------------------------------------------

[1] DK 22 B 12

[2] DK 22 B 30

FICHA TECNICA

El hombre del tablón

Elenco

Roberto Fabián Orce

Mónica Gabriela Suárez

lola Maru D'Alessandro

Lucas Claudio Di Rocco

Escenografía

Jorge Giuliano y Fabán Orce

Edición de sonido

Pablo Mallicay

Asistencia de dirección

Claudio sotelo

Dramaturgia y dirección

Hugo Asencio

28 visualizaciones
Featured Review
Tag Cloud
bottom of page