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Ces Le Mhyte

Musseum, la obra.

¿Existe una ley o principio regulativo del conatus?


En épocas de transgénero, el deseo perdura bajo la forma de un entre.

El deseo como don y como donación, no conoce de finitudes, persevera siendo cuerpo afectante y sin medida.


Cuerpos. De eso hablamos.

Y lo no dicho, lo que calla, suele transgredir las normas del imperio de la razón, no rendir tributos, y aumentar la tensión entre la voluntad de poder y el deber ser, entre las fauces de la memoria y el olvido.


Musseum, la obra, es conatus que expone las fragilidades de la estructura yoica de cultura para luego abrir un futuro al pasado que rehabilite el presente.

Situación que se expresa como fuerza productiva sedienta de reconocimiento y que abandona la pasividad burguesa, para dar movimiento al eje problemático de su representación.


Fisuras, riesgos, desbordes que habitan en los nueve cuadros, en las nueve zonas de espacio-tiempo que componen la obra.

Y un halo luminoso, reminiscencia a la monumental The Houston Chapel de Mark Rothko, se desprende de cada pintura en carne viva. Asistimos a una arquitectura polifónica que deconstruye el sentido del reino de la verdad y la mentira.


Ocho mujeres, ocho pinturas, ocho cuerpos del deseo.

Y el desafío de hallar el habla entre la exterioridad y la interioridad, entre lo público y lo privado, entre lo femenino y lo masculino, entre el nombre propio y los otros nombres, entre la ceniza y la difunta ceniza.


Pero el desafío, en su oscuridad griega, no es lo único que persiste.

Como en Rapiña, dirigida por Mariana Topet y escrita por ella misma junto a Leandro Airaldo, la animalidad fluye bajo la piel humana, la animalidad se esconde entre la voluntad de poder y, por qué no, la voluntad de saber.


Persistencias que dan cuenta de los derrames inesperados en el Musseum soberano pero bestial, opresor pero infantil, erótico pero criminal.


Ojos que no ven.

Así podría llamarse ese derrame, esa consecuencia que resulta de mujeres que interpelan mujeres.

Juezas de la cosmovisión de una estudiante secundaria de colegio privado. (Adolescente que interpreta Astrid Urban de manera magnífica, tanto en la direccionalidad e intencionalidad de la palabra como en la de sus gestos e insinuaciones)

Inhibiciones, censuras que no pueden contener la potencia arrolladora del deseo.


Con un movimiento coreográfico excepcional, en el que se destaca la destreza y virtuosismo de Julieta Puleo, se comprueba el ascenso y la caída del Tribunal del deseo.

Acción que apela, para lograr ese dulce temblor en las almas que aspiran un instante de paz, al recurso mimético tanto en lo dialógico como en lo coreográfico.

(Por un lado, los ideales de justicia, verdad y amor nos recuerdan a los diálogos platónicos, que a su vez nos recuerdan que Platón expropió del arte mimético la forma dialógica.

Por otro lado, los gestos, expresiones faciales, movimiento de cabezas, brazos y piernas edifican una simbiosis mimética entre marioneta y animal, entre títere y humano)


Lo interpelado se revela como inaprehensible, extraño, pero constitutivo no sólo de otro modo de ser, sino incluso como fuego consumidor del hecho bacanal, teatral.


Pero lo que no se espera, siempre adviene rostros en contraste.

Otro derrame acecha de frente: el erotismo puede conseguir su poder, en idealizaciones preexistentes acerca del amor. Imposiciones que manchan el alfolí de aire y fonema.


Ahí la lenta sombra de la animalidad reina sobre el bosque del lenguaje, las raíces del cuerpo, el árbol del habla, sobre las murallas de la poesía.


Así lo atestigua el fracaso en la búsqueda de complicidad entre dos amigas (Excelente trabajo de ambas actrices, descomunal la tarea aleccionadora que encarna Nuria Vilasecas), entre sexualidad y pubertad, entre falso profeta y cómica poeta, entre sueño y vigilia.


Alfolí de aire y fonema, musicalidad que desborda los hilos del tiempo.

He aquí estadios sonoros que recogen ecos inquietantes del film La langosta (en una coproducción entre Grecia , Irlanda, Reino Unido, Holanda y Francia, y dirección de Yorgos Lanthimos, en el año 2015). Aún cuando la temática difiera, nos provoca la misma y sugestiva extrañeza.


Al unísono, de manera cuidada pero filosa como la arremetida de un puñal, el humor fluye y desemboca en una denuncia metafísica de la egología y sus columnas de yeso húmedo.

A diferencia de El hombre del tablón, escrita y dirigida por Hugo Asencio, aquí los recursos humorísticos elegidos son la ironía y el sarcasmo. Es decir, la sutileza es el puente que se transita entre las tensiones que componen este Musseum polifónico, coral, episódico, intimista.


Rara avis lo humano.

Ante la imposibilidad de alcanzar los frutos del habla por medio de absolutos literarios, dramatúrgicos, filosóficos, poéticos, musicales, disputa consigo mismo hasta que no quede nada de sí.


Tras la batalla, restos y deshechos de carne y hueso.

El derrame inaudito que pronto deja de ser inhóspito.


Otro arrebato al tiempo, otra estrategia mal preparada para escapar definitivamente de él.



Ceremonias. A pesar de todo.

Y lo que se ofrenda, es el derrotero de siempre.

Otra vez la férrea defensa de los despojos del fruto.


A través de un cántico irónico y sarcástico surgen en escena los delirios de unas cocineras que desean permanecer con los ojos ciegos bien abiertos. Y no les importa no seguir en el intento de quemar el tiempo.


De pronto, un rapto de sublimidad.

Lo divinamente humano se presenta bajo las formas poéticas del erotismo: iniciación, enthousiasmós y ek-stasis.


Mujeres a la vez trágicas y festivas, suplicantes y transgresoras, expertas e inexpertas, amas y esclavas de sí mismas.


Al ritmo de la música clásica, que aparece como el eco de una voz perdida en la boca de un túnel, sus figuras, entre risas mudas, entre desplazamientos ninfáticos, entre vuelos sagaces, juegan y crean la coronación de la imperturbable vigencia de Eros sobre todo lo que habita este mundo, en suma, juegan y crean el Triunfo de la Danza.


Pero al regresar de las mieles báquicas jamás se percibe lo que nos rodea de la misma forma.

Más aún cuando es abrupta la regresión.


Un nuevo entramado sonoro riega los espacios.

Como en Juventud, obra de la compañía Castadiva que dirige Mónica Fracchia, y como en Electrónica, adaptación teatral de la novela de Enzo Maqueira, que dirige Gonzálo Facundo López, los suelos de Musseum se convierten en una terrible pista de baile, en una rave tan poderosa como las celebraciones arcaicas.

A diferencia de las obras mencionadas, aquí, en Musseum, un impecable vestuario y una perfecta serie de coreografías constatan las sutilezas en las que la disputa por el poder desea moverse.


La rave en sí, antes de la reaparición de las artistas frente a los fieles testigos del acontecimiento, todavía colmados de luz en sus plácidas butacas, se apodera de todo, habita sin rodeos en cada filigrana del deseo.


Así la obra se convierte en Catedral líquida y sobremoderma.

Pero no deja de ser otro rostro del entre.


¿Qué otra cosa pueden significar esos cuerpos en gris metalizado, futuristas, que forman una x sobre los restos y desechos de la condición humana, para luego separarlos unos de otros?


Futurismo.

¿Existe un futuro para la paz? ¿Existe un futuro?


En el comienzo señalamos la apuesta por rehabilitar el presente, a través de la posibilidad de abrir un futuro al pasado.


Cíclopes. Ebrios de uva, o de rayos ultravioletas.

Eso somos. Y la disputa se agiganta al calor de nuestras propias cenizas.


No hay artefacto que sea visionario, dice una canción de Gustavo Cerati. Sin embargo, agregaría, el artificio del deseo abre llagas en la lengua que ni toda la luz del mundo puede quemar.


Una magistral apuesta estética que enlaza las nuevas tendencias europeas acerca de la performatividad y teatro, con las nuevas investigaciones artísticas en Latinoamérica sobre la noción de cuerpos.


El elenco de mujeres, de nivel superlativo, izan con brillo propio la bandera de la cultura argentina. La dirección de Emiliano Formia,

impecable , como la puesta escenográfica y lumínica, no menos que la vivacidad del vestuario y maquillaje.

Un párrafo aparte para la visión musical de Jonathan Gejtman, que se destaca por su creatividad en la composición y sincronización adecuada para cada cuadro o estadio.


Vanguardismo, innovación y sacralidad convergen sin esquematismos en un Musseum donde se respira el goce, el dolory el asombro de ser todavía lo que gime.-



Teatro Portón de Sánchez, 2018.




FICHA TÉCNICA

Musseum, la obra.

Actrices: Laura Amestoy Julieta Puleo Agustina Paez Nuria Sol Vilaseca Vicky Brudny Gaby Kot Laura Kahan Lola Banfi

Diseño de iluminación: Victor Gabriel Olivera K3Studio Diseño de espectáculos

Diseño gráfico: Juan Francisco Reato

Vestuario: Bir Vega

Trailer: Hernan Vilchez

Composición y producción musical: Jonathan Gejtman

Dirección: Emiliano Formia

PH: Ridlin Modigliani

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