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Refugios revista cultural

La palabra en rebelión

Demonios en Jeppener

La palabra en rebelión

Diálogo crítico

Guillermo Fernández / Alejandra Pultrone

AP: Jeppener es un pueblo situado a escasos 100 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Al leer tu novela, lo primero que impacta es el título. En el imaginario popular urbano, los pueblos son lugares propicios para una vida tranquila, en consonancia con la naturaleza y una relación de familiaridad entre sus habitantes. La novela anticipa un corrimiento de esa idealización posible del lector, hay una voz de alerta inicial, en este pueblo pasan otras cosas, una pluralidad de males… ¿Cómo surgió el título Demonios en Jeppener?


GF: Cierto. La vida bucólica de los pueblos puede alterarse por el perfil de vecinos. No me gusta generalizar, pero en el caso de Jeppener el grupo dominante de la localidad vive pendiente de la vida de un maestro, quien resulta una víctima propiciatoria que se debe extirpar, para no contagiar. El pasado de Ángel Castro en Buenos Aires, la vida de su hija en Brandsen generan un malestar y estimulan un sacrificio. Pienso, en un ejercicio de exorcismo, propio de la “cura” religiosa para ejemplificar al resto acerca del mal. El título apunta a lo irracional: pero es polisémico en el sentido que cabe a la pregunta sobre dónde reside lo maléfico. Abrir el nombre de la novela induce a engaño y, por lo tanto, a establecer un diálogo con el lector que casi siempre puede ser conducirlo a un camino equivocado, por la misma premura de la interpretación. La sospecha ayuda a la intriga y convierte la trama en un rompecabezas que debe armarse y rearmarse a medida que se lee.



AP: De lo que se deduce que Demonios en Jeppener es una novela que requiere un lector que esté dispuesto a intervenir en ese rompecabezas con piezas que deben recolectarse y ubicarse en el lugar correcto, ya que la característica del puzzle es precisamente ésa, la búsqueda y finalmente el encuentro de un lugar que no es intercambiable. Paul Auster en la charla que brindó en la Feria del libro de Buenos Aires, comentó que en su última novela “ 4321”, por primera vez, la forma antecedió a la historia en la génesis del libro. Me gustaría que me contaras cómo surge Demonios en Jeppener, ya que hiciste mención a ese proceso constructivo de la trama en donde el lector parece ser otra pieza necesaria.


GF: El lector debe prestar atención a que en existe un subtexto en el que se desarrolla los momentos más importantes de la vida de Galileo Galilei. A través de los saltos del narrador -nunca fijo en mis novelas- se suscitan esos “pasajes” a otro tiempo, los siglos XVI y XVII: la época de los Cardenales, los Médicis y las academias contra las cuales Galilei defendió su teoría. Sí, se requiere un lector avezado a la lectura de los textos clásicos. Como indica Pascal Quignard detrás de una obra se solapan otras y otras que se fijan en el último texto, por decirlo de alguna manera. En fin, es exponer ese punto de vista de encastre. Una pasión mía desde los primeros textos. Transcurrimos, ya que aludiste al rompecabezas, insertándonos en pequeños moldes, tratando de acomodarnos a figuras que nos están dadas y que ignoramos. A diferencia del puzzle nunca podemos aventurar la forma definitiva. Solo el punto finalen el texto presume el “armado” total, como una diferencia entre la vida propia y la literatura que nos otorga el privilegio de “ver” el juego armado en hojas dispuestas en orden y en tapas duras, para detener el desequilibrio.



AP: La literatura según bien expresás, nos otorga el privilegio de ese “armado total”, a diferencia de la vida propia que siempre resulta impredecible y en un punto enigmática. En Demonios en Jeppener existe otro modo de relacionarse con la literatura: desde el temor, la desconfianza . “La escritura iba a traer problemas” dice el narrador. Y también: “los necios escriben historias que nadie lee”.

Hablabas de la subtrama,aquella que el lector tiene que ir recuperando, allí donde la historia de Galileo bulle entre las líneas de la historia principal. Ángel Castro también recuerda a otro personaje inolvidable, el huésped de “Teorema”, a partir de ese gesto en común alirrumpir y trastocar la vida de otros en el pueblo al que arriba como forastero. Retomando tu comentario sobre Quignard, la obra de Pasolini puede leerse como otra de de ?


GF: Es cierto, y además es muy interesante la reflexión. En principio, leer es un acto provocativo, un desafío a lo que está establecido, a un canon en el cual caben muy pocas respuestas. Ahora bien,cualquier disrupción ya sea a la norma o a la trama misma, que ataque lo convencional incomoda. Es quizás, el principio de toda norma estética esa lucha entre lo pasado y lo futuro, lo innovador. Siempre y este es el aspecto político de , la palabra es rebelión contra el orden dispuesto. Cuanto más se tensa el vínculo entre lo anterior y lo presente, entre la conformidad y la disconformidad, la obra, entendida como “producción de sentido” será más significativa. Ángel Castro subleva porque subvierte categorías y “posiciones” en la sociedad. En el caso de los alumnos organizan y defienden, no son disciplinados. Galileo molesta porque desautoriza una normalidad “aparente”. Su razón expuesta en los pliegos que muestra como prueba es desatendida no por no cierta, sino porque implica un cambio de categorías que llevan a la confusión, al (des)orden.Tu inteligente mención a Pasolinies otra prueba más de que nos circundan seres castigados. Teorema es un texto paradigmático en lo que se refiere a “voluntades insatisfechas” con lo dado. Es acertado abordar Teorema como otro “subtexto” en . Como en la familia burguesa de Milán, los clanes de Jeppener están heridos porque la estructura del parentesco se elimina en sus raíces: el hijo deja la casa paterna y elige otra “familia”; Denis vive sin una figura aceptada socialmente de “madre” y busca refugio. En fin, en una localidad sin demasiada importancia existen acontecimientos que sacuden el estatus de la vida en común. Ya esta calidad de sucesos nos hace pensar en que los “héroes” son los únicos que pueden circular con “libertad” por la calles de Jeppener.



AP: Sí, la palabra es rebelión, y el poder de lo escrito es muchas veces, verdaderamente subversivo. Te diría que en Demonios en Jeppener esa fuerza de revolucionar el orden establecido de la escritura ingresa desde las primeras páginas: los carteles escritos con marcador negro por los alumnos, la frase que finalmente reprime Ernesto y no escribe en el pizarrón - “tristes los pueblos que necesitan héroes”- pero que el lector sí puede leer, desde ese puzzle que mencionabas al comienzo de nuestro diálogo.

Si pensamos en Galileo, no sólo es el personaje histórico que la historia recoge el que opera en la subtrama. Ingresa el Galileo de ficción, el personaje de una obra de teatro; el Galileo de Brecht es el que Ángel Castro interpreta. Un Galileo “escrito” es el que la novela incorpora.

Podríamos pensar que la subversión no ya de la palabra, sino de lo escrito, atraviesa la lectura de Demonios en Jeppener?


GF: Correcto, la novela incorpora el Galileo Galilei de Bertolt Brecht. De ahí la paradoja: obra de teatro representada y dramaturgia escrita. Son dos caras del conflicto del científico pero también, por un lado, es la palabra escrita en el pizarrón; en realidad toda palabra escrita en la escuela es un acto beligerante, si queremos llamarlo así. El dilema de la escuela es que los alumnos anotan en los cuadernos no puede borrarse. Se lee en los Organismos encargados de la Supervisión escolar y se lee en los hogares. Los directivos temen los cuadernos más que las palabras de los padres y los inspectores acumulan “escritos” para sancionar. Lo único escrito “dibujado” que se salva son los planos que ayudan a la prueba, a la “creencia” de Galileo. Pero no sirven para colaborar con Castro. De la misma manera que la Directora en un primer momento retira la vista del aula cuando recorre el patio, que Ernesto que también escribe, esconde cuadernos en su armario, los habitantes de Jeppener no “leen” lo escrito porque se asustan. Se corrige lo escrito, pero nunca la palabra.



AP: Es sumamente interesante este recorrido que has hecho a partir de la subversión de lo escrito en la novela.


En pocos días será la presentación en la librería Caburé. Siempre que se presenta un libro, la convocatoria es a la vez, un ritual de bienvenida, de encuentro del libro con sus lectores, y también para el autor, el momento en que se despide de los personajes, el momento de decir adiós a una historia que lo acompañó durante un largo tiempo ¿Te cuesta esa despedida o ya existen otros personajes cerca?


GF: Todo alejamiento es penoso por una parte, pero, por otro lado es fundamental dejarlospartir a la recreación que de ellos realicen otros lectores. Para mí, la voz, aunque no la escuche, de aquellos que lean es importante. Creo que, a veces, se confunden con la mía, cuando escribo y los hago hablar. Puedo amar tanto a Ángel Castro como a Severino y su tristeza por no poder ser padre. Gracias a los lectores nunca un personaje es finito. Es cierto que existe un punto final al relato. Pero lo verdaderamente grave es la “resonancia”, el resabio que me dejan y transportan a los lectores. De chico me atraía la idea de que una vez que terminaba de leer una novela, necesitaba volver al principio o a alguna secuencia para rellenar lo leído, como si hubiera quedado un hueco que debía cubrir. Espero que entusiasme y provoque un cimbronazo, que obligue a los lectores a levantar la vista para mirar detenidamente al otro, al que siempre ignoramos, al que habita el mundo como puede o como lo dejan. Esa es una obsesión que se apodera de mí cuando escribo, una especie de “militancia” a partir de la palabra. Recorro la trama de mis textos y está siempre esa idea de preguntarnos qué mundo compartimos. En la próxima novela, aún sin editar, Nada más que un Silvano, está la visión del hombre acorralado porque no puede “estar en la misma vida” que la de los otros. Quizás no me puedo desprender de toda la gente que me acompaña día a día en el subte, en los cafés, en el cine del fin de semana. Toda esa galería humana se convierte luego en material para mis textos. No es menor, no.-












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