Vía Láctea. Sobre la porosidad de los textos
En realidad todo texto se superpone hasta el infinito con otros, con lecturas y de esa manera la obra que estamos habilitados, en cierta manera, a llamar final, es un conglomerado de capas superpuestas. Ahora bien, la maestría en este caso de Ibáñez, es delimitar con calidad a qué dirección va cada una de las partes yuxtapuestas. En Vía Láctea, convergen el desamparo de la burguesía de Tres hermanas de Chéjov con la última dictadura militar de la Argentina. Hay un punto de unión, además de lo ideológico, en el drama. Justamente es el teatro dentro del teatro al mejor estilo de Shakespeare en Hamlet. Como sucede con el príncipe danés, en Vía Láctea, la obra de Chéjov sirve para desenmascarar las búsquedas de identidades que sobrevinieron y aún subsisten para localizar lazos que el terrorismo de Estado pretendió ocultar. En el escenario todo es bruma, paisaje difuso y el Riachuelo, lugar emblemático del país, es también una zona de recuerdo del tango, nostalgia que impone a todos el ejercicio de la memoria.
Las entradas y salidas de los personajes rotan según la representación de Tres Hermanas o la historia de llegada para reencontrarse con una familia disuelta. Pero, los parlamentos parecieran estar ligados como eslabones de una cadena; sin lugar a duda, una maestría de Ibáñez, quien supo conectar sin que ningún enunciado quede aislado del contexto general. Hay mucha mesura, lo que para mí es un logro en lo que significa la construcción de los personajes. Pienso que en los “pasajes” en los que “entran” y “salen” los personajes de Chéjov y las “víctimas” de la dictadura, existe una verdadera coreografía digna de Tchaikovsky, en el Lago de los Cisnes, o de Vaslav Nijinsky: los pasos de cada uno de los personajes giran alrededor de una mesa, que luego se transforma en la entrada a un pasadizo para huir de la persecución uniformada. Y, de esta manera, “mesa” y “abertura para escapar” son también significantes materiales que metaforizan el agobio de una clase social y el terror del hombre comprometido con la sociedad.
El título que elige Ibáñez me remitió al director chileno, ya muerto, Patricio Guzmán. Yo no creo en las coincidencias. Guzmán filma en el año 2010 un documental al que denomina Nostalgia de la luz. En Chile, existe, un grupo de mujeres, madres de hijos desaparecidos que escarban en Desierto de Atacama, el diserto para buscar los “restos” de los militantes que fueron enterrados allí. Paralelamente al diálogo ante la cámara el documental exhibe el observatorio astronómico que describe la galaxia en el cielo chileno. La hipótesis de cielo y tierra tiene su explicación. El supuesto es que cada estrella es el símbolo espacial de un desaparecido, que de esa manera se instala, para conservar la memoria, en el universo. Una metáfora que liga tierra y cielo en la figura de un militante.
Desconozco las razones del dramaturgo argentino para buscar un título a su obra, pero me parece justo y adecuado encontrar paralelismos. De última, el universo, el desierto, toda la literatura, lo gestual y la “danza” en una escena poseen la riqueza de la creatividad y la imaginación, llegar al espectador para que “rearme” una historia que resuena en una galería de rostros que casi siempre son semejantes.
Vía láctea reúne, convoca a los espectadores a que recurran a la memoria, además de los sucesos “nefastos”, como una posibilidad de retener y enlazar todo aquello que el dolor acumula. Solo queda el silencio, después de los aplausos.-
Teatro Corrientes Azul, 2018.
FICHA TECNICA
Vía Láctea (Sin el aval de Chéjov)
Actúan: Denise Karin Bell, Marcelo Beltran Simo, Roberto Caute, Miguel Angel Atilio Farina, Mariel Montes De Oca, Andres Morello, Nonnel Nhoj Julio Pallero, Martín Padín, Ligüen Pires, Rubén Ramírez, Dora Sajevicas, Horacio Serafini, Maricel Vicente, Maria Emilia Vidal, Pablo Viollaz Vestuario: Alicia Guma Iluminación: Betina Robles Asistencia de dirección: Ester Traverso Producción ejecutiva: Domenica
Fotografía: Gabriel Reig
Dramaturgia: Roberto Ibáñez Dirección: Roberto Ibáñez