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Ces Le Mhyte

La furia del volcán. Ascenso y caída de la Gloria


"Sé tú mismo. El mundo rinde culto a la originalidad."

Ingrid Bergman

Una de las figuras inmortales de la pantalla grande se apropia del fuego del teatro porteño. Y, paradójicamente, se halla el gozo con ese arrebato, con ese robo impulsivo y al mismo tiempo sublime.

Sí, Ingrid Bergman está de regreso por medio de la teatralidad del cine. El espacio escénico se convierte en un zoom que hace foco en la humanidad de la súper estrella, sin descuidar su don para adelantarse a la época, para crear otro sentido de actuación de lo real, para abrir nuevas zonas en el campo de lo femenino.


Ahora bien, si hablamos de apropiación, de rapto, hablamos de las diversas expresiones del Poder: el poder teatral en cuanto hecho artístico, capaz de modificar la representación de lo real; la tensa relación entre el poder político y el cine; la ácida disputa de poder en la misma industria del cine, particularmente entre Hollywood y el cine europeo; la fuerza desafiante de lo femenino ante el mandato patriarcal en el séptimo arte.


He aquí, entonces, la originalidad de la originalidad.

Es decir, la apuesta estética de La furia del volcán, escrita por Marina Munilla y Gerardo Grillea y dirigida por este último, se asienta en una deconstrucción de un ícono del cine mundial, Ingrid Bergman, quien a su vez constituye referencia ineludible de la transgresión en el cine de su época y en los estudios sobre lo público y lo privado en el cuerpo de lo femenino.


Ícono y Fama.

Gloria que se esculpe en carne y hueso.

Sacrificio que honra al umbral de lo eterno.


Así es que hallamos también una arqueología del don de lo femenino. En este contexto, su don se expresa bajo la forma de un entre.

Entre lo público y lo privado, oscila la otredad culturizada y la otredad concreta.


Oscilación, entonces, que trae consigo el problema de la identidad.

Bergman oscila entre ser-mujer y ser-actriz.

Acción de doble filo que no es menor y que despierta a otra acción de similar rasgo: reconocerse expresión de las pasiones humanas en el cine de Hollywood y en el cine de Roberto Rossellini, o reconocerse expresión de la pura creación femenina.


Roma, ciudad abierta en el principio de otro amor.

Pura vivencia a cara descubierta, puro deseo.

Se hace inicua la materia en que se sustenta la moralidad occidental: la moralina.


Peter Lindström y el gobierno estadounidense, la alianza patriarcal sostenida por la propia sociedad burguesa.


Fisuras.

El derecho humano a la libertad, un espejismo.

Vértigo inesperado en el mundo Rossellini.


He aquí la furia del volcán.

Puro clamor y temblor que derrumba las sagradas columnas de la virilidad lógico-política, que pulveriza las tablas de la ley en la industria del séptimo arte.

Don y donación. Pura actualidad, puro desborde que eleva un oleaje de luz a expensas del tiempo.


He aquí la clase magistral de actuación de Marina Munilla.

Así como Elena Roger trajo de regreso en cuerpo y alma a Edith Piaf, en el musical Piaf, así Marina Munilla es Ingrid Bergman:

Ninguna mimesis en carne viva basta para expresar tanta metáfora de la identidad y la libertad, ni siquiera todo el oro del Rin alcanza para opacar tanto fuego.


El desplazamiento del cuerpo, en armonía, la tensión narrativa sostenida en él, la autoridad y elegancia en la direccionalidad de los gestos; la sensualidad y versatilidad en los registros de la voz, el dominio de las acciones, la firmeza y hondura en cada movimiento de la mirada y los labios, la soltura de sus hombros, el erotismo en la complexión toráxica, el imponente oleaje de sus piernas, la contundente convicción que logra en el público a través de las emociones internas que sufre en cada una de las escenas que se suceden, la fuerza desgarradora de cada uno de sus desbordes poéticos, como así también las entradas y salidas escénicas, de corte clásico, romano, pero muy efectivo, hablan por sí solas de la ya mencionada maestría de Munilla.


Rapto de raptos.

Un recorte que crea otra imagen-movimiento, otra imagen-tiempo.

El problema de la expresión desde la teatralidad del cine, permite esta fuga.

En fin, en un primer encuadre se ve a Ingrid Bergman y a Roberto Rossellini en auto.

Viajan por senderos campestres, discuten sobre cine, sobre los films de Roberto, sobre la Gloria. El auto se detiene, él baja primero, luego ella.

Necesitan actores adecuados para resaltar la obra rosselliniana, no tanto por Ingrid.

Unos lugareños muy humildes, peones rurales, trabajadores a más no poder, se cruzan por el lugar y el cineasta los detiene. Ellos, sumisos, se entregan a la voluntad de Roberto.

En hilera se ponen, estáticos. Roberto los observa con fascinación, Ingrid los contempla con asombro. Ambos discuten sobre la posibilidad de contratarlos para el próximo rodaje, Luego Ingrid se ríe y finalmente, elige a uno de ellos. Por lo menos este habla, dice Ingrid.


Los jóvenes, aún cabizbajos, casi inmóviles, con los sombreros de paja sobre sus cabezas a excepción de quien fue elegido, junto al culto cineasta ahora aparecen borrosos. Sólo ella sobresale con nitidez bajo la luz cenital.

Marina, Ingrid, rompe la escena con un movimiento. Camina hacia el público, busca con la mirada una respuesta más que un rostro, cree escuchar y ver a alguien más.

Sus ojos persisten electrizantes, levanta su mano derecha, con el dedo índice señala lo que ve. Inexplicablemente, se dirige a mí, que me ubiqué cerca del pasillo, a un lado del público, casi a oscuras, como si fuese un intruso en la historia.


Eleva su voz, me reclama.

¿Quién es usted? ¿Qué quiere? ¿Qué quiere saber? Por favor, retírese de ahí.


Espera una respuesta que jamás llega.

Ninguno de los dos baja la mirada, ninguno de los dos contempla otra escena, a los dos nos pareció otra creación a partir de la nada.


Ese instante sostenido en los hilos del tiempo, fluye hasta perderse tras el apagón lumínico que modifica la escena. Un sublime arrebato poético y teatral, valiosa labor de dirección para que la hiper representatividad sea posible función tras función.


Este ejercicio estético de intervenir la representación para abrir un futuro al pasado, se vuelve in crescendo. Y el reparto actoral ejecuta con fina precisión la misión encomendada.

Peter Lindström, el ex esposo vengativo, personificado de manera sobria y contundente por Gabriel Schapiro, su actual pareja Roberto Rossellini, en una convincente y virtuosa actuación de Pablo Tiscornia, que por momentos hace que su personaje transite los bordes del delirio y lo caricaturesco, su valiente hija Pía, en una maravillosa composición de la niña Sol Fragala, Irene Dominic, la institutriz de Pía, en una actuación de suma solvencia y compromiso con las emociones internas del personaje que realiza Patricia Giovetti, Edda Hopper, la periodista amarillista, en una segura y justa interpretación de Gabriela Granda, los paparazzi, la abogada, en una muy buena performance de Mirella Calentino, y la figura del juez, más adelante diremos quién desempeña esta labor, intervienen el pasado para rehabilitar el presente. Sólo así habrá futuro.


Mejor dicho, este cuerpo escénico se presenta como intersticio, como huella imborrable que fluctúa entre la memoria y el olvido, que por momentos atormenta a Bergman.




“Puedo hacer todo con facilidad en el escenario, mientras que en la vida real me siento muy grande y torpe. Así que no he elegido actuar, actuar me eligió a mí.”

Ingrid Bergman

Proyecciones.

Fragmentos fílmicos que agigantan su figura, en esa pantalla de cine colgada en el fondo del escenario. Inmensa y majestuosa en la pantalla, frágil y pequeña en la cárceles rutinarias que representaron para ella esas pequeñas habitaciones humanas que le proponían de uno y otro lado del océano.


Lo divino en lo humano, lo humano en lo divino.

Habitaciones suecas, italianas, norteamericanas.

Restos y deshechos de carne y hueso que ni toda la luz del mundo puede quemar.


Aquí, junto a una sofisticada disposición escenográfica, donde cada pieza o elemento puede reordenarse en cada escena y provocar la presencia de diversos estadios sonoros, diversas cartografías del poder, el elenco cumple otro nivel actoral, metafísico, casi inmanente:

Se expresa siendo un corifeo de pura denuncia, huérfano de justicia, testimonio de un proceso de crucifixión.


(Es notable la escena en que la súper estrella, acosada por el ejército de juicios de valor, cae de espaldas sobre el sofá cama, de color rojo pasión, y acto seguido, como si fuesen espectros, las diversas figuras que influyeron en su vida caminan alrededor suyo, vociferan y por momentos gritan, se quejan y ensayan lamentos que Ingrid recuerda a la perfección; luego esas mismas figuras se entrecruzan, se dirigen frases que unos y otros parecen no escuchar.

Bergman llora, gime, sufre mientras mira hacia el techo. Lo oscuro domina el ambiente en un doble sentido: la intencionalidad y direccionalidad de cada acción y de cada gesto hacia otro u otra, y la ausencia de luces en toda la sala a excepción de un haz de azul nocturno que descansa en las paredes de la habitación.

La noche no es sin estruendo, la inminencia de la tempestad se corrobora en el bello impacto musical creado para este cuadro)


Proceso, causa, culpa.

Toda culpa implica una sanción, toda sanción implica una pena.

Una pena en su doble acepción: como condena y como sufrimiento.


La causa Ingrid Bergman, pone el dedo en la llaga, hace sangrar la herida trascendental: la crisis del Padre, lo que calla en los bordes de la pura creación.

Ecce Homo. Ecce juez.

De la crueldad humana hablamos, pero también de otra intervención en plena representatividad historiográfica y teatral:

Gustavo Roza Pereyra personifica al juez, traslada sobre sus hombros el peso de lo inhumano, de la enfermedad que nubla los sentimientos más nobles.

Y guía, coordina, pastorea la acción hacia el crimen metafísico, hacia el arrebato de otro mundo posible.


Sin embargo, nada mata la aurora de Ingrid, de Marina.

Quizás por ello, el cuerpo del Poder queda al descubierto.-




Teatro No Avestruz, Buenos Aires, 2018.



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Ficha Técnica

La furia del volcán

Obra de teatro basada en la vida de Ingrid Bergman.

*TERCERA TEMPORADA 2018*

Premios

GANADORA PREMIO ACE 2017

Marina Munilla (Revelación Femenina)

Elenco

Marina Munilla Ingrid Bergman

Pablo Tiscornia Roberto Rossellini

Patricia Giovetti Irene

Gabriel Schapiro Petter Lindström

Gabriela Granda Edda Hopper

Sol Fragala Pía

Franco Freijomil El multifacético

Mirella Calentino La abogada

Gustavo Roza Pereyra El juez

Escenografia: Claudio Hanczyc

Edición de videos: Alvaro Martinez Rota / Gustavo Roza Pereyra

Animación y diseño gráfico: Bruno Ravaglia

Asistentes de vestuario: Paula Gomez Kempel / Magalí Chamorro

Maquillaje: Adriana Alamos / Mariana Villalba

Dramaturgia: Marina Munilla - Gerardo Grillea

Dirección: Gerardo Grillea

Sábados 20 hs.

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