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  • Melisa Mauriño

La piel de la oruga y otros poemas


En los ojos de un hombre

Yo vi el deseo revolver el agua

desde el fondo del barro

y enredar sus ofrendas como lenguas de mar

en los ojos de un hombre

lo vi despojado y se parecía tanto

a mí como yo misma

me he visto sonreír

en la luna de un espejo clavado al muro

en una fotografía

tomada dentro de un sueño

vi el deseo llevar mi piel sin curtir

echada sobre los hombros

cuando él me desvestía

y desordenar los rasgos de todas las mujeres

que habían estado antes

de mí

lo vi estirar los ligamentos de la noche

hasta desarticular el abrazo inválido

sobre la cama abierta

y rezando de rodillas

llevarse a la boca

un rosario de esperma

nunca pude hacer entrar

el beso

dentro del beso

el océano

dentro del oleaje

regresaba a sus labios

cada anochecer con más fuerza

para romperlos y sanar

para volver

yo vi el deseo en los ojos de un hombre

arder como el insecto

que aplastado por la luz

siente estallar

en su vientre

una molécula de sangre.

Isla

"No es la soledad,

es la falta del otro"

escribí con mi navaja

en el tronco joven del único árbol

en esta isla

nunca se pone el sol

no hay pájaros y todo

lo que levanta vuelo cae

muy pesado sobre la arena

dijiste que mi cuerpo

era un laberinto

aún intento con torpeza

enhebrar las agujas

y aunque pasan los días

vuelvo a pincharme

donde más duele

es hermoso el dolor

debe serlo, para querer

volver

Lleváme al mar

este telar de sal

los bucles que se muerden

y se amansan

al orillar mis pies

no es el mar

me quema el sol

los órganos que escondo

del aire

y su escalpelo

te juro que intenté

mi amor, derribarlo

y le arrojé al corazón

todas esas piedras

con que tropecé

ahora las veo caídas

en un charco de plumas rojas

cardenales

que esquivo dando saltos

y ya no puedo volver

al agua que me trajo

porque la veo ondularse

allá arriba

entre las nubes.

La piel de la oruga

Así como la ninfa

yo también tejía

ese capullo negro

en el corazón de la noche

del derrumbe

trenzaba los hilos

de mis largos cabellos

alrededor de tus dedos

ya estaban humedecidos

de tanto escarbar en mi nombre

caído en esa grieta de luz

que unía y separaba tus labios

de los míos

no usabas alianza en ese dedo

pero mis hilos

quizás demasiado frágiles

aún se cortaban

a la tercera vuelta

y tenía que volver a empezar

como si yo también cayera

del borde de tu tiempo

Así como la ninfa

yo también

me bajaba despacio

el vestido como la piel

de la oruga deslizándose

hasta tocar ese final de cuento

anunciado hasta el hartazgo

y aún así

igual que ella

vi con horror la pausa

el vestido,

muerto en la mitad

del cuerpo,

descubriendo a medias

lo sensual, lo trágico

del amor

cuando no se termina.

El día después de los humanos

Hablábamos

pero no por hablar

de la lluvia o el suicidio

sino para hacerlo

un poco menos difícil

estando en el aire

todo eso

mis codos

en el mantel de hule

pintado a la mesa

las tardes de calor,

el redoble metálico de tus dedos

desafinando otra canción pasada

de moda, pegadiza

pegajosa

como la tarde

dijiste que el día

después de los humanos

los leones se echarían al sol

en Central Park,

pensé la libertad

cuesta años

de encierro

dijiste también

que el verde cubriría el cemento

y treparían las hojas

los rascacielos,

pensé en los árboles

que vi talar

porque sus raíces rompen

las veredas y los desvíos

son peligrosos

el día después

de los humanos

el sol inicia su descenso

y las sombras

en el agua se mueven

del color de la sangre y tiemblan

hasta ahogarse

o aprender a nadar

dijiste me gusta

fingir el fin del mundo

para morir un rato

en el cuerpo de otra mujer

pensé el fin del mundo

es todos los días

para el león

que ve caer al sol

en su jaula, para la hoja

que se desprende

del árbol y también

para el amante y lo que arranca

de sus ojos la lluvia

el día después

del amor.

Psyché

A Midori y Anastasios

Ya eran casi las cinco

del verano

la línea entre los postigos

se filtraba rosada, fulgurante

como una espada de luz

cortando con su filo la noche

desnudando las horas

sin sueño

se abría rechinando

la mañana fresca

amarilla

en su vaivén metálico

golpeaban inseguras las ventanas

como alas de la casa

demasiado pesadas

para este cuerpo frágil

de par en par las dejé

para oír mejor

el otro aleteo, desesperado

más verdadero

un grito que desconoce la lengua

como si el viento modelara la carne

con su soplo inocente

y aún supiera

algo del mal

así se agitaba la polilla

dentro de su jaula

volaban sus pelos, afuera

como las suaves plumas

de una guerra de almohadas

pero sin risas

también mujer, pariendo con dolor

agarrada a las rayas diamantinas

de su encierro

malherida, pujando fuerte

cada uno de sus huevos

a la vida

algunos sobre su abdomen

y yo con un pincel

que no pinta, otra caricia

dejándolos caer

de su vientre convulso

te dije no duermo si ella sufre

nunca vi la muerte, tan pegada

a la vida

es tan raro que la oruga

no sepa de polillas

de sus padres, de sus hijos

sólo de orugas y hojas

y se olvide

cuántas veces muere

cuántas vive

y después el letargo

en esa bóveda de oscuridad

se olvidan de sí, se creen orugas

como nosotros creemos ser niños, bellas, jóvenes

esclavos, enfermos, soldados

creen que siempre

van a ser orugas, y nada más

también nosotros

confiamos en eso

hasta que la muerte llega

definitiva

pero las polillas no conocen la muerte

sólo un puente

porque dejan la piel en la tierra

para subir al cielo, el cuerpo

una cáscara suave vacía

y volar todavía más alto

entre las nubes

donde no llega la vista

por eso mañana cuando encuentre

irreconocible un cuerpo

vivido y abandonado

al viento y su soplo

sabré que no es la muerte

sabré reír

sabré por qué las llaman psyché

como al alma

que huye rápido de una piel cansada

con ansias de llegar sin peso

al nuevo amanecer.

Finales

Cuando la muerte golpea

el lomo de un ángel

cae en los silencios abiertos

como heridas, entre tu ausencia y todo

lo que subsiste por debajo

clava sus raíces en las piedras, rompe

la quietud de la siesta y olvida

por qué ha caído

en esa tierra donde ya sólo

crecen alambres

Me pregunto qué es de la suerte

de la polilla cuando cae

como el ángel y rueda

cuando se repliega en un silencio

de hospital al atardecer

He visto al viento leer en sus alas

cierta súplica como si hojeara

un libro a la intemperie

se vuelve violento

arranca algún fragmento de memoria

lo descifra, dejándola servida

sobre la calle como un tributo

a lo que duerme en breve abrazo

extiende con rabia o indiferencia

de cara al sol

la frágil transparencia de su vuelo

aunque errante la punta

de su arribo que es también

fuga de la luz y sus esquinas

donde la hembra con las alas mordidas

muere en soledad

dando a luz huevos infértiles

mientras el macho que nunca la ha tocado

se golpea

contra las paredes hasta dejar

expuesto el corazón blando

de su desolladura.

(Selección de poemas de “La piel de la oruga”, Viajero insomne, 2016)

El abrazo de un cirujano

Los párpados del dios se cerraron

sobre otro esta noche:

siempre es otro sobre quien se cierne la sombra

del reloj, nunca somos nosotros

los de las manos que florecen

al sol naciente y tiemblan;

nosotros los de la espina frágil

hundida en el talón del amado.

Las camas vacías y la sepsis

abrupta de las almas que esperan

amotinadas en los objetos más inútiles

son rasgos

muy marcados en un rostro

que no se reconoce cuando goza.

¿Cómo es posible

quedarse varado en el abrazo

que nos une con la muerte

a la par que nos rescata de su gracia?

Me he reconocido en tu rostro

cuando su gesto se abrió como el cielo

obsequiándome con todos los paisajes reunidos

en una única gota de luz que desfallece.

Besé tu luz nuestra última vez, te di

inesperado placer. Yo te vi como nunca

hundí mi espina

en tu corazón que supo asimilarla

hasta volverla alimento de tus células,

oxígeno. Yo te vi.

Los espejos son simuladores

que no logran capturarnos en sus aguas,

sin embargo

nos perturban y enamoran,

nos torturan. No somos nosotros

los desconocidos, los mal amados,

los parias. Perdimos otro día

y estamos solos.

¿Quién podría retener

el ruido blando de la bata al agarrarse al cuerpo,

la sensación de caer al desnudarse?

Hemos caído tantas veces, nos arrojamos

atados por la cintura

para hacernos compañía estando solos.

Una mano nos sujeta hasta el final

para soltarnos, los pájaros

quedan tendidos boca arriba en las calles:

la mansedumbre de los cuerpos vacíos

irradia belleza que ya no se repite.

Olíamos el sudor de los jazmines,

escuchábamos disparos sin abrir la boca:

nos palpábamos el pecho para estar seguros

de que no éramos nosotros los caídos.

¿Cuántas veces te levantaste esta noche

para escucharlo respirar en su sueño?

Pusiste dos dedos en el cuello, apretaste la carne

para sentirla latir.

Todo tu cuerpo fue para mí

el eco de lo que acontecía remoto

en tu corazón, el tronco: una jaula de huesos, una caja

de resonancia y danza. Tu corazón

que tuve en mi boca, temblando

hundido en mi vientre también

me hacía temblar.

Te sentí latir entre el hueso y el músculo

con el impulso de estrellas que se ahogan

cuando caen

y quiebran la música del mar

como peces que gritan y provocan la ola

que devora la costa de los años felices,

la inquieta juventud.

¿Qué es ese galope descalzo en el viento,

el espiral del caracol en mi oreja

que muere de sed y sacia su fantasma

escuchando los despojos del mar:

tu corazón latiendo justo ahí?

Visité a un hombre en su cama,

añoraba a sus padres

porque nunca había dejado de ser un niño.

El cirujano le había dado otro órgano,

otro muerto que volvía a la vida.

Lo había sujetado a la camilla

con los dos brazos, para que no cayera

antes de dormirlo en la canción

que desvela a los enfermos incurables.

Ese hombre me dijo que todo estaba bien

porque el cirujano lo había abrazado

antes de abrirlo.

¿Quién podría decir que no fue amor?

¿A quién pertenece el abrazo,

quién lo da, quién lo quita?

No hago pie

en la profundidad de tu ausencia,

en el recuerdo insondable de tu abrazo.

Hay hilos rojos que todavía nos unen,

una continuidad invisible en la materia,

somos otro átomo en la masa,

nos rozamos también y la distancia

no es más que una falencia de los ojos.

Estoy lleno de tu vida y de tu muerte. Estoy tocado de tu destino. Raúl González Tuñón

Finlandia

¿Qué da valor a las cosas

si no la mano que las da?

Está nevando en Finlandia.

Colgué una jaula vacía

junto al cielo, mi ventana de siempre

para recordarme que hay un pájaro libre

al menos uno

volando en alguna parte.

Tu mano está vacía para mí.

Una vez te pedí que me pegaras

con la palma extendida como si una gaviota

chocara contra las rocas de la costa

sin dejar resto para nadie más

pero no pudiste.

A veces tengo miedo de mi cuerpo

y su traición, me miro

los lunares de mañana de noche

algo no pasa

no termina y es por eso que sigo

mirando, que dudo firmemente.

La nieve será siempre

aquella de la infancia mientras no la toquemos

verla caer es la música perfecta

del silencio más frío que nos abriga hoy.

Seguimos teniendo la misma luna

para nosotros

como si nos uniera el aire de una punta a la otra,

esa gran masa de vacuidad

¿o es acaso ese silencio

lo que nos mantiene unidos aún?

Tengo la certeza de que todo esto

va a desaparecer

por eso no me importa acumular

lo material

quizás un paseo de tu mano

sería suficiente para decir basta, pero está vacía

pero no pudiste.

Dicen que existen

cuarenta palabras en finés para decir la nieve

me siento un poco inútil

teniendo que aprender esos matices:

cuarenta palabras para decir tus silencios

si cuando llega la noche finalmente

suenan todos igual.

Piedra, papel, tijeras

Dos niñas juegan sentadas en la tierra:

piedra, papel, tijeras.

La piedra es el corazón

detenido del zorzal, el estallido abrupto

del cristal en la ventana. La casa

está habitada, también

lo que rodea el perímetro del jardín.

Niña uno busca el tercer ojo

de la abeja que no abarca

todas las flores por sí sola.

Niña dos aprieta el puño,

dice piedra: te convertiste

en tu propia rata de laboratorio.

El zorzal lleva muerto tres noches:

piedra, papel, tijeras.

Las patas apuntan a Orión.

La vida comienza en el estómago,

se abre una mordida de luz.

Dijeron que tenía gusanos, era inquieta

la niña, no sé cual. Parasitada.

Encerrada en sí misma.

Los hijos salen de la cola.

Vimos a la perra

echada detrás del ciruelo.

Niña uno recuerda su muerte

en una vida pasada.

¿En qué órgano

ocurrió tu muerte? pregunta niña dos.

La garganta se heló de pronto, piensa.

Átropos corta los hilos.

No alcanzan los jazmines

para cubrir la nariz, el aullido que desprende

el cuerpo entumecido del zorzal

sobre el anaquel. Ambas dicen

papel, las palmas desnudas.

El papel es el engaño

que cada uno pagó de su bolsillo.

Niña uno esconde las manos en la espalda.

Limpia sobre el doblez del vestido la sangre

de los grillos aplastados. Es roja

como la nuestra. La agonía

duró pocas horas.

Niña dos extiende la palma, el sol

queda acostado encima, con él

se acaricia de un modo tibio, lento.

Niña uno le enseña donde

pellizcar la carne. Se ríen.

Parecen convulsiones.

Quisiera mostrarte el amor,

con mi lupa. Ahora las hormigas.

Así lo hacen las muñecas

cuando no estamos mirando.

La casa se incendia, comenzó

en el cuarto de los padres.

Huelen a ácido fórmico

las hormigas quemadas.

El zorzal no se mueve, la abeja

regresa al panal. La miel se desborda

por todos los agujeros.

Los jazmines se cierran.

El silencio es la ausencia

repentina de los grillos. La perra pare

otro cachorro a solas. Mastica

la placenta todavía caliente.

La piedra es el corazón.

El papel es un engaño.

Dos niñas juegan

acostadas en la tierra:

piedra,

papel,

tijeras.

(Selección de poemas inéditos)

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Melisa Mauriño

Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.

Ex residente de psicología clínica del PRIM Hurlingham y de la residencia posbásica de Cuidados Paliativos del hospital Tornú. Escribe poesía y narrativa.

Ganó el primer premio del 1° Concurso Nacional de Poesía Viajero Insomne 2015 con su primer libro La piel de la oruga (Viajero Insomne, 2016), del cual se reproduce una selección de poemas en exclusiva para estenémero de la revista cultural Refugios.

Asimismo, permanecen inéditas varias obras suyas, tanto en poesía como en narrativa.

De manera generosa, también en exclusiva para esta revista, la autora cedió una selección de poemas inéditos.

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