La piel de la oruga y otros poemas
En los ojos de un hombre
Yo vi el deseo revolver el agua
desde el fondo del barro
y enredar sus ofrendas como lenguas de mar
en los ojos de un hombre
lo vi despojado y se parecía tanto
a mí como yo misma
me he visto sonreír
en la luna de un espejo clavado al muro
en una fotografía
tomada dentro de un sueño
vi el deseo llevar mi piel sin curtir
echada sobre los hombros
cuando él me desvestía
y desordenar los rasgos de todas las mujeres
que habían estado antes
de mí
lo vi estirar los ligamentos de la noche
hasta desarticular el abrazo inválido
sobre la cama abierta
y rezando de rodillas
llevarse a la boca
un rosario de esperma
nunca pude hacer entrar
el beso
dentro del beso
el océano
dentro del oleaje
regresaba a sus labios
cada anochecer con más fuerza
para romperlos y sanar
para volver
yo vi el deseo en los ojos de un hombre
arder como el insecto
que aplastado por la luz
siente estallar
en su vientre
una molécula de sangre.
Isla
"No es la soledad,
es la falta del otro"
escribí con mi navaja
en el tronco joven del único árbol
en esta isla
nunca se pone el sol
no hay pájaros y todo
lo que levanta vuelo cae
muy pesado sobre la arena
dijiste que mi cuerpo
era un laberinto
aún intento con torpeza
enhebrar las agujas
y aunque pasan los días
vuelvo a pincharme
donde más duele
es hermoso el dolor
debe serlo, para querer
volver
Lleváme al mar
este telar de sal
los bucles que se muerden
y se amansan
al orillar mis pies
no es el mar
me quema el sol
los órganos que escondo
del aire
y su escalpelo
te juro que intenté
mi amor, derribarlo
y le arrojé al corazón
todas esas piedras
con que tropecé
ahora las veo caídas
en un charco de plumas rojas
cardenales
que esquivo dando saltos
y ya no puedo volver
al agua que me trajo
porque la veo ondularse
allá arriba
entre las nubes.
La piel de la oruga
Así como la ninfa
yo también tejía
ese capullo negro
en el corazón de la noche
del derrumbe
trenzaba los hilos
de mis largos cabellos
alrededor de tus dedos
ya estaban humedecidos
de tanto escarbar en mi nombre
caído en esa grieta de luz
que unía y separaba tus labios
de los míos
no usabas alianza en ese dedo
pero mis hilos
quizás demasiado frágiles
aún se cortaban
a la tercera vuelta
y tenía que volver a empezar
como si yo también cayera
del borde de tu tiempo
Así como la ninfa
yo también
me bajaba despacio
el vestido como la piel
de la oruga deslizándose
hasta tocar ese final de cuento
anunciado hasta el hartazgo
y aún así
igual que ella
vi con horror la pausa
el vestido,
muerto en la mitad
del cuerpo,
descubriendo a medias
lo sensual, lo trágico
del amor
cuando no se termina.
El día después de los humanos
Hablábamos
pero no por hablar
de la lluvia o el suicidio
sino para hacerlo
un poco menos difícil
estando en el aire
todo eso
mis codos
en el mantel de hule
pintado a la mesa
las tardes de calor,
el redoble metálico de tus dedos
desafinando otra canción pasada
de moda, pegadiza
pegajosa
como la tarde
dijiste que el día
después de los humanos
los leones se echarían al sol
en Central Park,
pensé la libertad
cuesta años
de encierro
dijiste también
que el verde cubriría el cemento
y treparían las hojas
los rascacielos,
pensé en los árboles
que vi talar
porque sus raíces rompen
las veredas y los desvíos
son peligrosos
el día después
de los humanos
el sol inicia su descenso
y las sombras
en el agua se mueven
del color de la sangre y tiemblan
hasta ahogarse
o aprender a nadar
dijiste me gusta
fingir el fin del mundo
para morir un rato
en el cuerpo de otra mujer
pensé el fin del mundo
es todos los días
para el león
que ve caer al sol
en su jaula, para la hoja
que se desprende
del árbol y también
para el amante y lo que arranca
de sus ojos la lluvia
el día después
del amor.
Psyché
A Midori y Anastasios
Ya eran casi las cinco
del verano
la línea entre los postigos
se filtraba rosada, fulgurante
como una espada de luz
cortando con su filo la noche
desnudando las horas
sin sueño
se abría rechinando
la mañana fresca
amarilla
en su vaivén metálico
golpeaban inseguras las ventanas
como alas de la casa
demasiado pesadas
para este cuerpo frágil
de par en par las dejé
para oír mejor
el otro aleteo, desesperado
más verdadero
un grito que desconoce la lengua
como si el viento modelara la carne
con su soplo inocente
y aún supiera
algo del mal
así se agitaba la polilla
dentro de su jaula
volaban sus pelos, afuera
como las suaves plumas
de una guerra de almohadas
pero sin risas
también mujer, pariendo con dolor
agarrada a las rayas diamantinas
de su encierro
malherida, pujando fuerte
cada uno de sus huevos
a la vida
algunos sobre su abdomen
y yo con un pincel
que no pinta, otra caricia
dejándolos caer
de su vientre convulso
te dije no duermo si ella sufre
nunca vi la muerte, tan pegada
a la vida
es tan raro que la oruga
no sepa de polillas
de sus padres, de sus hijos
sólo de orugas y hojas
y se olvide
cuántas veces muere
cuántas vive
y después el letargo
en esa bóveda de oscuridad
se olvidan de sí, se creen orugas
como nosotros creemos ser niños, bellas, jóvenes
esclavos, enfermos, soldados
creen que siempre
van a ser orugas, y nada más
también nosotros
confiamos en eso
hasta que la muerte llega
definitiva
pero las polillas no conocen la muerte
sólo un puente
porque dejan la piel en la tierra
para subir al cielo, el cuerpo
una cáscara suave vacía
y volar todavía más alto
entre las nubes
donde no llega la vista
por eso mañana cuando encuentre
irreconocible un cuerpo
vivido y abandonado
al viento y su soplo
sabré que no es la muerte
sabré reír
sabré por qué las llaman psyché
como al alma
que huye rápido de una piel cansada
con ansias de llegar sin peso
al nuevo amanecer.
Finales
Cuando la muerte golpea
el lomo de un ángel
cae en los silencios abiertos
como heridas, entre tu ausencia y todo
lo que subsiste por debajo
clava sus raíces en las piedras, rompe
la quietud de la siesta y olvida
por qué ha caído
en esa tierra donde ya sólo
crecen alambres
Me pregunto qué es de la suerte
de la polilla cuando cae
como el ángel y rueda
cuando se repliega en un silencio
de hospital al atardecer
He visto al viento leer en sus alas
cierta súplica como si hojeara
un libro a la intemperie
se vuelve violento
arranca algún fragmento de memoria
lo descifra, dejándola servida
sobre la calle como un tributo
a lo que duerme en breve abrazo
extiende con rabia o indiferencia
de cara al sol
la frágil transparencia de su vuelo
aunque errante la punta
de su arribo que es también
fuga de la luz y sus esquinas
donde la hembra con las alas mordidas
muere en soledad
dando a luz huevos infértiles
mientras el macho que nunca la ha tocado
se golpea
contra las paredes hasta dejar
expuesto el corazón blando
de su desolladura.
(Selección de poemas de “La piel de la oruga”, Viajero insomne, 2016)
El abrazo de un cirujano
Los párpados del dios se cerraron
sobre otro esta noche:
siempre es otro sobre quien se cierne la sombra
del reloj, nunca somos nosotros
los de las manos que florecen
al sol naciente y tiemblan;
nosotros los de la espina frágil
hundida en el talón del amado.
Las camas vacías y la sepsis
abrupta de las almas que esperan
amotinadas en los objetos más inútiles
son rasgos
muy marcados en un rostro
que no se reconoce cuando goza.
¿Cómo es posible
quedarse varado en el abrazo
que nos une con la muerte
a la par que nos rescata de su gracia?
Me he reconocido en tu rostro
cuando su gesto se abrió como el cielo
obsequiándome con todos los paisajes reunidos
en una única gota de luz que desfallece.
Besé tu luz nuestra última vez, te di
inesperado placer. Yo te vi como nunca
hundí mi espina
en tu corazón que supo asimilarla
hasta volverla alimento de tus células,
oxígeno. Yo te vi.
Los espejos son simuladores
que no logran capturarnos en sus aguas,
sin embargo
nos perturban y enamoran,
nos torturan. No somos nosotros
los desconocidos, los mal amados,
los parias. Perdimos otro día
y estamos solos.
¿Quién podría retener
el ruido blando de la bata al agarrarse al cuerpo,
la sensación de caer al desnudarse?
Hemos caído tantas veces, nos arrojamos
atados por la cintura
para hacernos compañía estando solos.
Una mano nos sujeta hasta el final
para soltarnos, los pájaros
quedan tendidos boca arriba en las calles:
la mansedumbre de los cuerpos vacíos
irradia belleza que ya no se repite.
Olíamos el sudor de los jazmines,
escuchábamos disparos sin abrir la boca:
nos palpábamos el pecho para estar seguros
de que no éramos nosotros los caídos.
¿Cuántas veces te levantaste esta noche
para escucharlo respirar en su sueño?
Pusiste dos dedos en el cuello, apretaste la carne
para sentirla latir.
Todo tu cuerpo fue para mí
el eco de lo que acontecía remoto
en tu corazón, el tronco: una jaula de huesos, una caja
de resonancia y danza. Tu corazón
que tuve en mi boca, temblando
hundido en mi vientre también
me hacía temblar.
Te sentí latir entre el hueso y el músculo
con el impulso de estrellas que se ahogan
cuando caen
y quiebran la música del mar
como peces que gritan y provocan la ola
que devora la costa de los años felices,
la inquieta juventud.
¿Qué es ese galope descalzo en el viento,
el espiral del caracol en mi oreja
que muere de sed y sacia su fantasma
escuchando los despojos del mar:
tu corazón latiendo justo ahí?
Visité a un hombre en su cama,
añoraba a sus padres
porque nunca había dejado de ser un niño.
El cirujano le había dado otro órgano,
otro muerto que volvía a la vida.
Lo había sujetado a la camilla
con los dos brazos, para que no cayera
antes de dormirlo en la canción
que desvela a los enfermos incurables.
Ese hombre me dijo que todo estaba bien
porque el cirujano lo había abrazado
antes de abrirlo.
¿Quién podría decir que no fue amor?
¿A quién pertenece el abrazo,
quién lo da, quién lo quita?
No hago pie
en la profundidad de tu ausencia,
en el recuerdo insondable de tu abrazo.
Hay hilos rojos que todavía nos unen,
una continuidad invisible en la materia,
somos otro átomo en la masa,
nos rozamos también y la distancia
no es más que una falencia de los ojos.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte. Estoy tocado de tu destino. Raúl González Tuñón
Finlandia
¿Qué da valor a las cosas
si no la mano que las da?
Está nevando en Finlandia.
Colgué una jaula vacía
junto al cielo, mi ventana de siempre
para recordarme que hay un pájaro libre
al menos uno
volando en alguna parte.
Tu mano está vacía para mí.
Una vez te pedí que me pegaras
con la palma extendida como si una gaviota
chocara contra las rocas de la costa
sin dejar resto para nadie más
pero no pudiste.
A veces tengo miedo de mi cuerpo
y su traición, me miro
los lunares de mañana de noche
algo no pasa
no termina y es por eso que sigo
mirando, que dudo firmemente.
La nieve será siempre
aquella de la infancia mientras no la toquemos
verla caer es la música perfecta
del silencio más frío que nos abriga hoy.
Seguimos teniendo la misma luna
para nosotros
como si nos uniera el aire de una punta a la otra,
esa gran masa de vacuidad
¿o es acaso ese silencio
lo que nos mantiene unidos aún?
Tengo la certeza de que todo esto
va a desaparecer
por eso no me importa acumular
lo material
quizás un paseo de tu mano
sería suficiente para decir basta, pero está vacía
pero no pudiste.
Dicen que existen
cuarenta palabras en finés para decir la nieve
me siento un poco inútil
teniendo que aprender esos matices:
cuarenta palabras para decir tus silencios
si cuando llega la noche finalmente
suenan todos igual.
Piedra, papel, tijeras
Dos niñas juegan sentadas en la tierra:
piedra, papel, tijeras.
La piedra es el corazón
detenido del zorzal, el estallido abrupto
del cristal en la ventana. La casa
está habitada, también
lo que rodea el perímetro del jardín.
Niña uno busca el tercer ojo
de la abeja que no abarca
todas las flores por sí sola.
Niña dos aprieta el puño,
dice piedra: te convertiste
en tu propia rata de laboratorio.
El zorzal lleva muerto tres noches:
piedra, papel, tijeras.
Las patas apuntan a Orión.
La vida comienza en el estómago,
se abre una mordida de luz.
Dijeron que tenía gusanos, era inquieta
la niña, no sé cual. Parasitada.
Encerrada en sí misma.
Los hijos salen de la cola.
Vimos a la perra
echada detrás del ciruelo.
Niña uno recuerda su muerte
en una vida pasada.
¿En qué órgano
ocurrió tu muerte? pregunta niña dos.
La garganta se heló de pronto, piensa.
Átropos corta los hilos.
No alcanzan los jazmines
para cubrir la nariz, el aullido que desprende
el cuerpo entumecido del zorzal
sobre el anaquel. Ambas dicen
papel, las palmas desnudas.
El papel es el engaño
que cada uno pagó de su bolsillo.
Niña uno esconde las manos en la espalda.
Limpia sobre el doblez del vestido la sangre
de los grillos aplastados. Es roja
como la nuestra. La agonía
duró pocas horas.
Niña dos extiende la palma, el sol
queda acostado encima, con él
se acaricia de un modo tibio, lento.
Niña uno le enseña donde
pellizcar la carne. Se ríen.
Parecen convulsiones.
Quisiera mostrarte el amor,
con mi lupa. Ahora las hormigas.
Así lo hacen las muñecas
cuando no estamos mirando.
La casa se incendia, comenzó
en el cuarto de los padres.
Huelen a ácido fórmico
las hormigas quemadas.
El zorzal no se mueve, la abeja
regresa al panal. La miel se desborda
por todos los agujeros.
Los jazmines se cierran.
El silencio es la ausencia
repentina de los grillos. La perra pare
otro cachorro a solas. Mastica
la placenta todavía caliente.
La piedra es el corazón.
El papel es un engaño.
Dos niñas juegan
acostadas en la tierra:
piedra,
papel,
tijeras.
(Selección de poemas inéditos)
-------------------------------------------------------------------------------------
Melisa Mauriño
Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.
Ex residente de psicología clínica del PRIM Hurlingham y de la residencia posbásica de Cuidados Paliativos del hospital Tornú. Escribe poesía y narrativa.
Ganó el primer premio del 1° Concurso Nacional de Poesía Viajero Insomne 2015 con su primer libro La piel de la oruga (Viajero Insomne, 2016), del cual se reproduce una selección de poemas en exclusiva para estenémero de la revista cultural Refugios.
Asimismo, permanecen inéditas varias obras suyas, tanto en poesía como en narrativa.
De manera generosa, también en exclusiva para esta revista, la autora cedió una selección de poemas inéditos.