Thomas Bernhard contra la monotonía filosófico-económico-mecánica
Difícil encontrar algo nuevo que decir: haría falta un creador atento, un detector de alusiones y citas, un conocedor del contexto en que se mueve, para ser (o parecer) original: “El ayuntamiento pasa por ser uno de los más preciosos del gótico alemán. A mí amenazó con aplastarme y asfixiarme cuando entré, pero me dije ánimo, ánimo, siempre ánimo, colabora en todo lo que te va a pasar, y coge el cheque de ocho mil marcos y desaparece” (“Premio del Círculo Cultural…”). Estas crónicas aportan un hábil conocimiento de la pragmática de la creación. A través del humor, atento a las minucias, el autor organiza su considerable aprendizaje en una colección de discursos no pronunciados: “Ahora eres uno de ellos, ahora perteneces también a esa gentuza, que siempre te ha enfurecido y con la que, toda tu vida, no has querido tener nada que ver. Te sientas ahí con tu traje oscuro y encajas golpe tras golpe (…) y no te mueves, no te levantas de un salto y das una bofetada al ministro” (“Premio Nacional Austriaco de Literatura”).
Frente a las recurrentes fantasías utópicas del populismo, nada como el ego sombrío y fraudulento de una interminable perorata. Contra el argumento mesiánico del conservadurismo o el fetiche de pureza ideológica de la progresía, la arenga envenenada de la literatura posmoderna. Nadie como el escritor austriaco Thomas Bernhard (Heerlen, 1931 - Gmunden, 1989), para representar lo antidemocrático del argumento centrista, liberal y desprejuiciado para el que el proceso lo es todo. En su libro póstumo Mis premios (2009; Alianza, 2017), el autor de En las alturas (1992) arremete contra la política convencional de los homenajes literarios, en el mejor de los casos, una forma de cinismo inamovible.
Este recuento escrito de palabras no dichas supone, al mismo tiempo, un argumento apasionado y forense en favor de la centralidad de la oratoria en la sociedad occidental, así como la superioridad del impulso liberal frente a todas las demás formas de (des)gobierno. Al recibir el Premio Büchner, sostiene el creador de Trastorno (1967): “Es usual que las personas que reciben una placa Kant o un premio Durero pronuncien largos discursos sobre Kant y Durero, tiendan delgados hilos entre los Grandes y estrujen su cerebro ante la concurrencia como si fuera un diccionario mohoso (…) Por eso en Darmstadt solo dije unas frases que nada tenían que ver con Büchner aunque sí todo conmigo”.
En la sección “Discursos”, se reproducen alocuciones que descienden a lugares (poco o nada) comunes hasta formar una única lista de valores: el pluralismo o la libertad individual contra el capitalismo de mercado que rige los intercambios culturales. Con ocasión del Premio Nacional Austriaco, se afirma: “No tenemos nada que decir, salvo que somos miserables y que la imaginación nos ha hundido en una monotonía filosófico-económico-mecánica”. El autor de El malogrado (1983) organiza su retahíla a modo de argumento. Al dimitir de la Academia de Lengua y Poesía, concluye: “Si ya un poeta o un escritor resulta ridículo y, donde quiera que sea, difícilmente soportable para la sociedad humana, ¡cuánto más ridícula e inaceptable resulta toda una horda de escritores y poetas, y de los que se tienen por tales, amontonados!”.
En Mis premios, Bernhard se muestra anticiceroniano por naturaleza. Cree, a diferencia de los clásicos greco-romanos, que la habilidad retórica y la virtud política son, o deberían ser, enemigas íntimas. Se explora aquí, en definitiva, la idea de la democracia misma (la literatura como un medio para dar voz al lector), la idea de premio (no la victoria sino la forma en que el triunfo rehace la historia para recompensar al o la mejor), el progreso (de cómo la cultura es el medio para el empeoramiento del ser humano, permeable, como es, a la influencia de grupos externos) y por último la revolución (contraparte cautelar de la primera sección, argumentando que la impaciencia, junto al desordenado gradualismo de la democracia, es el camino hacia la tiranía). De esta manera, consigue el austriaco que sus anti-letanías dialoguen entre sí, argumenten mientras denuncian las (des)estructuras donde las transiciones engañosas son tratadas como una abstracción o una mordaza. Suponen, al mismo tiempo, el boceto de un momento histórico y una discusión en términos accesibles, pero no simplistas, de lo que es la literatura y cómo funciona.
Sevilla, 2018