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Ces Le Mhyte

Linda: la discordia de la diferencia


"Me mantendré y consolidaré en ti,

según mi modo de ser, pero en tu verdad.”

San Agustín

Una riestra profana de refugios diminutos

reposa en la vidriera de la fama.

Sombrear la ola de cambios

funde la ubicuidad de lo que parece ser

un cuerpo maquillado de fuga.

Un nuevo abanico de luces

cortina la fijación de las creencias

en la perpetuidad metafísica

de esas prótesis de narices.

(La huella del erizo, editorial Hesíodo, Buenos Aires, 2015)

Umberto Eco, en Historia de la fealdad, pone en evidencia que todas las épocas necesitaron algunas formas de exclusión que legitimen los patrones culturales, económicos, políticos en juego.

Tal comportamiento expresa el carácter de lo humano, su resistencia a la finitud, su deseo de inimputabilidad en el proceso de malformación de los espejos de la naturaleza.

Paradójicamente, esas zonas de exclusión en el umbral de la palabra exponen la oscuridad de la luz, exponen esa lucha por el reconocimiento que atraviesa todos los paradigmas de ser y parecer.


Sin embargo, hay un elemento primordial en esta legitimación de la marginalidad que al gran ensayista, lingüista y escritor italiano se le escapa:

Gracias a los esfuerzos de la teoría feminista, acerca del cuerpo, en los duros campos de las Humanidades, hoy podemos hablar con mayor soltura de la relevancia para este mecanismo del acoso intrafamiliar.

Asimismo, es puesto en tela de juicio el ámbito de lo público y lo privado, el otro generalizado y el otro concreto, como suele distinguirlo, en su célebre obra Las reivindicaciones de la cultura. Igualdad y diversidad en la era global, la filósofa norteamericana, de origen turco, Seyla Benhabib.


Linda. La discordia de la diferencia, obra teatral escrita por Susana Gutiérrez Posse y dirigida con maestría por la querida Marina Munilla, se hace eco de lo siniestro en la construcción de los modelos de fealdad y belleza que las propias sociedades imponen.


Un cirujano plástico, interpretado con solvencia, prestancia y compromiso por Daniel Silles, se esfuerza en erradicar el fantasma de la fealdad que persigue a su familia.

Su esposa, cruel y obstinada, histriónica y dominante, interpretada con singular potencia , con una direccionalidad de la palabra y el gesto digna de resaltar, por Gabriela Granda, transformó su rostro una y otra vez, incansablemente, en pos de la perfección humana.

Es ella quien guía la causa, es ella quien eleva la pena en caso de transgresión a la norma. Obsesión más poderosa que la de su esposo.


El contrapunto se halla, por supuesto, en su propia hija.

La joven Linda, soñadora y rebelde, que posee una piel delicada, hombros esculpidos con elegancia, cabello castaño claro, largo, lacio y revuelto, labios finos casi rosáceos, ojos saltones pero tristes, tan profundos como la noche, nariz prominente, cintura estrecha, piernas largas y muy delgadas, hará temblar las columnas de la culpa y el castigo, hará conmover las tablas de la ley.



La actuación de Belén Azar, en la piel de Linda, es sencillamente deslumbrante.

Su direccionalidad del gesto y la palabra es absolutamente creíble, en cuanto que la proyección de su voz es equilibrada, armoniosa, sin estridencias.

El movimiento de su figura deja que la espontaneidad abra nuevas zonas de habitar el cuerpo escénico, sin ningún esfuerzo ni sobresaltos.


Como en otras obras, aquí la función de este personaje aparece como metáfora de isla incognoscible –basta sólo recordar la historia Como las tarántulas, que se brinda en la obra Rapiña, de Leandro Airaldo y Mariana Topet-, y, por esto mismo, como metáfora de naturaleza intacta, pura originalidad.


Quizás, entonces, el acoso incesante de los padres por operar la nariz de su hija no sólo puede tratarse de un esfuerzo por excluir otra zona de realidad, que no respondería a la idea de coparticipación en la perfección divina, sino también un esfuerzo por desnaturalizarla.


Rara triple mimesis (Exclusión, des-naturalización y divinización de lo humano) que opera entre la copia y el original.


El crear crea, se abre camino, ese es su don de sí. Y se aborrece de lo creado, lo des-legitima y lo expulsa. Pero el crear quiere un resto para sí, puro narcisismo, puro egoísmo; respecto de la creación primera, un resto que alivie la pena.


Lo creado interviene el crear, lo interpela, lo desafía, le anuncia la persistencia de un otro.

Lo creado y el puro acto de la exterioridad.

Ejercicio que escinde la apariencia de lo real de lo que es real, lo falso de lo genuino.

La intervención en sí misma constituye un hecho performático, es decir, una representación de la representación.


En este momento, lo creado se vuelve crear y viceversa.

Sin embargo, la representación mimética de los procesos creativos ya no es posible.

Lo que está en juego, pareciera, es la autoridad del binomio don y deseo, y la factibilidad ontológica de repetición y diferencia.



Así lo atestigua el cuerpo de Linda, quien espera un hijo, fruto de una relación poco creíble para sus padres. Situación que acomete justicia poética contra la discriminación, la humillación y el desprecio.

Con una disposición escenográfica que acentúa el contraste entre la ampulosa blancura de los objetos y la modestia de su creación, todo sucumbe a lo inaudito.


Cuerpos.

Entre las formas arteriales del agua y su reflejo, entre los escombros de la memoria y el árbol del habla, entre la oscuridad de la luz y la promesa del mañana.


lo grotesco y lo siniestro se conjugan en esta teatralidad de la carencia no exenta de humor, sarcasmo, ironía, que, tal vez, delimitan a la perfección el rostro de una belleza infame.-



Teatro No Avestruz, Buenos Aires, 2018.





FICHA TÉCNICA


Linda

La discordia de la diferencia


Elenco


Belén Azar

Gabriela Granda

Daniel Silles


Dirección


Marina Munilla



Todos los sábados 21.30 hs.

Ahora en la Sede Teatro

Sarmiento 1495

Ciudad Autónoma de Buenos Aires





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