El jardín de la clase media
La política es un negocio, y quien no se atiene a las reglas de su juego está perdido. Esa es una de las premisas fundamentales de la recordada novela El invernadero, ambientada en la Alemania de posguerra, escrita por el alemán Wolfgang Koeppen.
No sabemos si Julio Pirrera Quiroga tuvo acceso a ese material para la construcción de su obra, también en clave novelesca, El jardín de la clase media.
De lo que se puede estar seguro es que, en uno u otro caso, el aroma de la noche convoca y reúne a diversas aristas del poder en el seno del deseo.
El aroma de la noche.
El deseo pastorea en su luz.
La realidad se pierde en la lenta sombra del tiempo.
Con maestría, la adaptación cinematográfica creada por Ezequiel Inzaghi rescata esta visión perturbadora, apasionante y oscura de la obra original, pero también resignifica la trama por medio de la animalidad de las acciones y la poética de las imágenes.
En el principio la aberración.
La pus en la casa de un político de turno.
La promesa de una fiesta sexual, la certeza de hallarse entre drogas y alcohol.
Una morocha de ojos intensos, cabello lacio, abundante y de movimientos suaves, de mediana estatura y de clase media, es sacrificada por medio de la técnica de ahorcamiento en plena violación. Su pequeño anillo de oro será la ofrenda en el espiral de codicia, ambición, odio, traición, lujuria y cacería humana.
Así, la trama se nutre de la boda por conveniencia entre los nuevos rostros de Khaos y Thánatos: la trata de personas, la política y el narcotráfico.
Se desprecian pero se necesitan, nada les asombra ni les horroriza. Los despojos del fruto moran detrás del jardín. Hay que persistir en el templo de las apariencias para que la fe en la democracia no se arruine.
Representar el engaño para que su obra sea cada vez más deshumanizante.
De ahí que la idea filosófica de la política como mal elemental da lugar a la idea estética del mal en la creación. El poder, esa bestia magnífica, hace entrar en juego, en esta persecución del ser contra sí mismo, a la esfera del arte.
Gracias a esta intervención artística (Aquí Ezequiel Inzaghi pareciera que mueve y redirecciona el tiempo de la ficción narrativa) irrumpe toda la fuerza de una pregunta inquietante:
¿Existe una ley o principio regulativo del deseo?
Claudio Sayago, aspirante a diputado nacional, interpretado con solvencia y credibilidad por el reconocido actor Luciano Cáceres, es, como el resto de sus aliados y de su círculo íntimo, de familia clase media, y realiza todos los esfuerzos posibles por ocultar sus miserias en pos de sostenerse en la cresta de la ola superficial.
El contrapunto que le da sentido a la aventura que se propuso (¿Placer en el dolor? ¿Goce en el vacío?) es su pareja. La médica especialista en cirugía Silvina Campás que la actriz Eugenia Tobal provoca una sorpresa muy grata al construir un personaje tenaz, con mucha fuerza, personalidad y seducción, y al otorgar brillo genuino en las emociones internas de su personaje, busca crecer en su carrera y consolidarse en un espacio donde los ojos no vuelvan hacia atrás.
Por ello en sus primeros pasos se muestra temor y temblor, para luego edificarse como desafío y abandono.
El padre de Silvina, el reconocido cardiólogo Ignacio Campás, devenido pintor, aparece en pocas escenas, en una resuelta y convincente actuación de Lalo Mir, pero lo necesario para tener la sensación de que todo es a través de los ojos que pintan.
¿Raptar esa luz oscura que habita en ciertas almas humanas?
¿Aprehender la cosa muerta?
La jefa de Inteligencia del Estado y referente del partido político al que adhiere Sayago tiene una sonrisa macabra.
Los ojos y los labios de Beatriz Santaclara parecen acostumbrados a ejecutar penas definitivas.
La dureza de su rostro, la soberbia de sus hombros, su imponente caminar , dentro y fuera del Congreso Nacional, genera no sólo entre sus pares el típico resultado del miedo normativo: la sumisión. Nada la desborda, todo sucumbe ante sus pies. Incluso Sayago.
Impecable y deslumbrante actuación de Leonor Manso.
El jefe de la prefectura naval, ex puntero político, "Pocho" Grañas, en una muy buena performance de Roly Serrano, es un ser por demás abominable pero clave para hacer de la joven “promesa” del mundo político un nuevo títere deforme.
Títeres.
Los hilos de la memoria
se cortan en la punta de la lengua.
Se eleva la pira del silencio.
Un viejo animal político, que no se cansa de tejer y destejer, hábil orador, Antonio Gallaretto, en una gran actuación del reconocido Enrique Liporace, es el compinche ideal.
Lascivia, desprecio y brutalidad ruge en ambos, se manifiestan en sus noches más negras, en la vejación y en el femicidio que habita en sus cuartos de poder.
Pero ellos no saben que también los acechan otros abismos.
El cine y el problema de la expresión.
La narratividad en el séptimo arte.
La historia no oficial del ser.
La ubicuidad de una potencia que doblega la fuerza intencional de las acciones, y que se expresa no sólo en los ojos que pintan, en los labios que desean otros labios, que se nutren unos a otros, en las manos que acarician, palpan, aprietan, golpean y ahorcan, sino también en la particular voz que testimonia los acontecimientos.
Yo, Claudio, novela histórica de Robert Graves, diagrama una figura donde la tartamudez penetra en la memoria colectiva, quien relega y empequeñece así a su brillante inteligencia.
Sin embargo, ese rasgo le permite a Claudio construir con mayor atrevimiento las formas arteriales del Imperio romano y su relato.
Aquí, en El jardín de la clase media, un diputado tartamudo atestigua todas las derrotas que garantizan la buena salud de los relatos sobre la historia política argentina.
En suma, un film sumamente provocador y disruptivo que, en pleno año de elecciones presidenciales en la República Argentina, ya es una fuente sólida de consulta sobre buena parte de las porosidades en la arquitectura política y que posee una lectura descarnada sobre la misma.
…Una historia que fue sometida a toda clase de tergiversaciones, no sólo por parte de quienes entonces vivían, sino también en tiempos posteriores; porque es lo cierto que toda transición de prominente importancia está envuelta en la duda y la oscuridad.
Mientras unos tienen por hechos ciertos los rumores más precarios, otros convierten los hechos en falsedades. Y unos y otros son exagerados por la posteridad.
Tácito
Cine Gaumont, Avant-premiere, Buenos Aires, 2019.
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Parte del staff de la revista cultural Refugios junto a parte del elenco del film El jardín de la clase media.
Luli Cortelezzi, Melisa Mauriño, Ces Le Mhyte, Luciano Cáceres y María Belén Corso.
FICHA TÉCNICA
El jardín de la clase media
País de Origen: Argentina, 2018
Guión y Dirección: Ezequiel C. Inzaghi
Producción Ejecutiva: Gustavo Corrado
Dirección de Fotografía: Ignacio Torres
Dirección de Arte: Lucía De Stéfano
Dirección de Sonido Directo: Milton Rodríguez
Dirección de Sonido en Post Producción: Daniel Tamborini
Asistente de Dirección: Soledad Mariel Fernández
Montaje: Ernesto González López
Música: Yair Hilal
Vestuario: Mariela Conti
Maquillaje: Paola Cejas
Vfx: Fernando Primavera
Duración: 100 minutos
Género: Drama