Ocean Vuong: palabras disparadas por error
Víctimas del prejuicio sociopolítico, los conceptos se han convertido en un mero accesorio: “No sabía que el precio/ de entrar en una canción era perder/ el camino de regreso” (“Umbral”). A merced de turbulentos significados, los términos suponen adornos neuróticos de la imprudencia, disfraces de una vulnerabilidad que evoca un dolor que no compromete sus juicios. A través de lo fracturado, llegamos a lo pleno: “Abajo, en la plaza: una monja, en llamas, corre en silencio hacia su dios” (“Alborada…”). En bucle, asumimos los vestigios de lo marginado, “una herida tan amplia como la mañana” (“Por siempre…”), lo abandonado al trauma del desencuentro y sus consecuencias.
Uno de los muchos placeres de la lírica del vietnamita nacionalizado estadounidense Ocean Vuong (Saigón, 1988) reside en el encuentro de lo extraño en el contexto de lo diverso. Las secuencias del poemario Cielo nocturno con heridas de fuego (Night Sky With Exit Wounds, Edición bilingüe de Vaso Roto, 2018. Traducción de Elisa Díaz Castelo) se apoyan en la mitología de lo familiar para aludir a lo disfuncional: “Sólo una madre puede andar con el peso/ de otro corazón latiendo” (“De cabeza”). En anacrónico detalle, los finales y comienzos de una circularidad en la que nos reconocemos.
Se desviste el interlocutor provocando nuestra inmersión en los timbres de una confesional voz en off, mientras “el eco de cada paso/ ahogado por la lluvia, mutila el aire como un nombre/ lanzado a un bote que naufraga” (“Autorretrato…”), oblicuo relato de eventos atrapados en los callejones sin salida de una subjetividad post-traumatizada. Se enredan lo sublime y lo romántico, el paisaje y la foto, en el escenario recordado donde se entrelazan lo erótico y lo esterilizado: “Mi único guante blanco brilla en rosa, con todos/ nuestros American dreams” (“Of Thee…”). Vuong no habla de lo sucedido, o no habla de otra cosa. Nos invita a escuchar su discurso fragmentado, yuxtapuesto, donde cada hecho se evidencia de forma forense: “Se muere cuando despiertas/ y es noviembre para siempre” (“Anáfora…) Redunda en las grietas del sentido un significado público que se despliega como una ficción privada. Coopta el discurso y lo procesa a medida que se convierte en propiedad comunal.
Nos sentimos mirones leyendo este primer libro de poemas, Premio TS Eliot 2017, culpables testigos de un pasado que se desviste: “No se trata/ de la luz, sino de cuánto/ te oscurece dependiendo/ de dónde te sitúas” (“Eurídice”). Tiembla la cotidianeidad hipercontrolada mientras asistimos al striptease entre bastidores, detrás de cada composición. La intimidad, sin embargo, es vida: “El ojo/ te mira de vuelta desde el otro lado, / esperando” (“Torso de aire”). No se pueden exponer más el amor o el desencanto. Al mismo tiempo, esa sobreexposición constituye su misma fortaleza.
La iniciativa supersticiosa queda anulada por la indiferencia en estos poemas puente entre la brecha racional que nos amenaza con convertirse en vacío. Se confunden el susurro y la violencia, adquieren la calidad de una imagen congelada que todo lo anota: “Las estrellas/ siempre fueron lo que sabíamos/ que eran: las heridas de fuego de cada/ palabra disparada por error” (“A mi padre…”). En Cielo nocturno, la autoconciencia persevera en su determinación de no dejar que el lector escape indemne a las realidades que describe. La afectación es apenas una estrategia de afrontamiento, a través de la cual Vuong denuncia la futilidad esencial que conforma lo que deseamos.-
José de María Romero Barea
Sevilla, 2019.