El crepitar paisaje de lo real
Quisiera empezar esta presentación, leyendo un poema publicado en su último libro, que dice:
Y se puso a escribir.
Otros se pusieron a atisbar.
Este poema, tan sencillito y tan profundo, vislumbra el halo y la respiración de cada cuento.
El crepitar paisaje de lo real, así se me ocurre este epígrafe, apostillando o desglosando el desnudismo de Vidas y milagros de ciertas provincianas, un nudismo folclórico, colérico hasta la desmesura.
En estos atrapantes cuentos nada se transforma en anécdota ni en pasado. Se escribe con la orfebrería del día a día, de la cuestión de lo cotidiano, de lo que pasa, de lo que ocurre, así de simple… se escribe, -para saber qué se tiene que decir, qué se tiene que contar-.
Kato Molinari, parte desde -lo nacido debe ser recogido-. No es casualidad que el primer cuento suceda en su lugar natal, -pueblo de Alta Gracia, calles sin pavimentar, peones, trabajadores de minas, todos ellos borrachos que arruinan la fiesta de una familia ricachona de Buenos Aires que pasa sus vacaciones en el pueblito-.
El título del libro: Vidas y milagros de ciertas provincianas, exigen a no transitar descalzos esas invenciones del recuerdo. Ya que cada escena son un invento, un hurto al soterramiento del pasado, no importa la franqueza, si importa la soledad no desolada: eso lleva a un deseo básico: de que la lectura no termine nunca.
Los cuentos, escritos por Kato Molinari, macerados en un territorio de efigies, me atrevo a decir tropos que ofrecen amor, sufrimiento, gozo, alegría, dolor, furia, soledad, dicho brevemente: la vida. Hay un ir y un devenir de los personajes, gran parte de ellos en plena desdicha, ¡hay drama!
El primer impacto o percepción que me provocó al leer el libro es el desmadre de imágenes. Ahí intuí que este libro sobrevirá a la agitación emponzoñada y larval de la crítica literaria, superando las capas musgosas de la intemporalidad: por la ornamentación del lenguaje, por la audacia de los personajes roídos en cierta atmósfera de ambigüedad y por el gusto irreverente de corromper los silencios de esas voces/relatos que parecieran flotar, enredarse e ir hacia algún fallido lugar de encuentro. Es necesario encarnarse en una lectura pasional y con vehemencia: ya que me atrevería a decir: nada es lo que parece en este crepitar de lo real.
Kato Molinari, capturó todas esas historias y con su habitual fineza las conjugó, trazó un camino. La potente prosa recorre el borde de los detalles, generando más de una razón para lograr una empatía por los personajes. Se propuso, desde el primero hasta el último cuento despegar una ambientación abstracta, esencialista y profunda de ciertos acontecimientos humanos, empujando al lector hacia el rincón de las respuestas y de las dudas, -un árabe que coloca relojes en los bolsillos de los sacos para poder venderlos-.
Vidas y milagros de ciertas provincianas, va más allá de lo abyecto, acá se mastica lo recóndito, lo camuflado, Kato Molinari franquea el embrollo humano, social y psicológico, como -el hombre que es despedido de la iglesia, y que ahora vende golosinas en la escalera del templo, él tocaba las campanas y el sacerdote compró un carrillón eléctrico, ahora él quiere recuperar las campanas que yacen tiradas para depositarlas en un lecho que él mismo preparó-.
Vidas y milagros de ciertas provincianas, no barrunta ninguna sensación sensiblera, todo se ilumina por las ambigüedades de los desechos.
Kato, atalaya otra voz, presta su oído y escucha a los marginales, a los migrantes, a los que andan a la deriva. Palabra y hecho se homologan, logran hacer oír la realidad. En estos veinticinco cuentos el lector no deberá quedar viciado y si dirimir en el campo de la distorsión.
Existe una pulcritud un lenguaje que no intuye, simplemente ve, mira, despedaza y arma paisajes (como me gusta decir a mí), paisajes ladeados a rincones remotos y a veces no tanto.
La lindura (nunca inocua), es demoledora. La implacable mirada de Kato Molinari (desligada de la percepción), escarba en lo maltrecho de la vida, -como en el cuento El pozo negro, a quién le prometen trabajo en una biblioteca y el trabajo es recorrer un pozo en un bote y con una red juntar todo lo que se pueda, de allí separar los libros, tomar las hojas sueltas y encuadernarlas, hacerlos libros nuevamente-, es decir, resucitar lo exánime.
La escritura en Vidas y milagros de ciertas provincianas, vibra la desnudez de la existencia, sin renunciar a lo más genuino, a la palabra que ensambla emociones profundas, existe una narración fuerte y equilibrada. Cada cuento crea una arborescencia propia con finales estilísticos, henchidos con claridad, con riqueza significativa y sin desbordes, -como el caso de Adrián Ferrari, que tiene un mina de mica inundada, los mineros intentan sacar el agua pero la bomba carece de fuerza, él se queja ya que si la mina funcionara bien podría separarse de su mujer y dejarle un buen pasar a su hija-.
Los cuentos se gestan desde las ternezas provincianas, anidando una sinfonía de voces, sin máculas, ni artificios, tampoco dobleces, hay un anclaje en lo real traslúcido por el milagro de las palabras en lo más humano de los sentidos (que sin visión ni pensamiento no son nada), es allí donde descansa la belleza, criba las impurezas, tamiza minuciosamente, aluzando esa jerga zafia de recuerdos, capaces de producir fulguraciones. ¡La luz remeda su luz!!!, -como en “El Viudo recalcitrante”, una historia de enredos, donde el viudo le deposita cada vez más dinero a su mujer, aunque él sabe que ella le es infiel-.
Los cuentos se oxigenan por la tormenta de la memoria, se despojan a lo largo de una ascesis continua, van tejiendo a lo largo del libro distintas historias (a nadie debe importarle si falsas o verdaderas), pero todas trenzadas con gran riqueza significativa, ensamblando articulaciones profundas, habitando la única diagonal posible, la diagonal de las emociones, -como en “Celebración”, un obsesivo que coleccionaba frases célebres, que cuando llegó a las quince mil setecientos veintiocho (15.728) frases organizó una fiesta, un banquete-. Este cuento, me llevó a pensar en las novelas Op Oloop de Juan filloy y El banquete de Severo Arcángelo de Leopoldo Marechal, el punto de encuentro (no lo digo tan sólo por la aparición de un banquete) sino por la lucidez de la locura de los personajes y por tener las tres narrativas cierta comicidad hasta la exageración.
Las relecturas entrañan un mundo imaginario proporcionado por los personajes del libro, -afirmo que se escribe a partir de un paisaje propio-. La realidad es flagrante y su transcripción milagrosa y expresionista. En ningún momento el lector orzará en dunas de aburrimiento, siempre está presente lo gracejo y el juego de la verosimilitud, como decía Juan Filloy -¡Ay del escritor que carezca del sentido del humor!- Acá los cuentos son torrenciales, sin diques ni exclusas que desvíen su curso -como el cuento Desconsideración, extraído de una nota del diario La Voz Del Interior: ¡Lo que son los sueños! Anoche soñé que el ómnibus, en vez de ser ómnibus era un elefante. Qué más verdadero y gracejo que un sueño.
Citando una frase, que alguna vez me la mencionó Roberto Raschella, perteneciente al poeta y novelista alemán Josef von Eichendorff :
-algunas cosas se pierden en la noche. Ten cuidado, permanece despierto y activo-.
Eso hizo Kato Molinari, husmeó en lo anómalo, rastreó en lo escondido, atisbó en lo que nadie ve, recogió lo nacido.--
Alejandro Cesario
Lectura de uno de los cuentos que integran Vidas y milagros de ciertas provincianas, el viernes 26 de Abril en bar Cilento, Buenos Aires.