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Luz Marus

Dolor y gloria


Afuera del cine empezó, para mí, la película. Veo mucha gente, sobre todo muy jóvenes, haciendo cola. Me llama la atención porque hace mucho que no veo tanta cola en un cine, ni siquiera un sábado a la noche. En principio porque en Buenos Aires está muy caro, y en final, porque los muy jóvenes ya no van al cine. “El cine ya fue, ¿quién va al cine hoy?" Me dice Luna, de casi 18 años. Es cierto. Hacía demasiado que no veía chicos tan jóvenes con camperas y peinados raros, pearcings y tatuajes, haciendo fila en un cine de Belgrano. Me apresuro y me alegro por Almodóvar (Había leído por ahí, que la película era un duelo por su propia vida). Acá estamos, pienso, otra vez, todos por vos, después de tu retiro de casi cinco años, (que casualmente coincidió con la muerte de su madre) Acá estamos amontonándonos en la fila, temiendo perder el lugar y no poder verte, preguntando sobre descuentos, sacando entradas, de a cuatro, de a seis. Me emociono y me alegro por vos, Pedro.


Tanto que intento colarme (no pienso perder mi asiento) y me hago la que conozco a uno de los adolescentes que está con cuatro amigos pidiendo cuatro entradas tratando de negociar un descuento que no consigue. Le hablo para que la gente de la cola crea que estoy con ellos, que soy parte del grupo. Le pregunto con demasiada confianza corporal, (para los que están detrás) pero a la vez con cierta prudente distancia: “Estamos todos para lo mismo, ¿no?” Y me dice “Obvio que sí.” Eufórico, brillante, lozano, apenas 17, pienso qué tendrá. El chico insiste en que le hagan un descuento por los cuatro (la entrada estaba 340 pesos, y se cobraba como si fuese trasnoche, por más que sean las 23 hs) Se queja, me uno a su queja, y le digo al vendedor: “Esto es cualquiera. ¿Cómo nos van a cobrar como trasnoche, si la película empieza a las 23?" Me indigno:“Se supone que trasnoche es a las 24, o a la 1 de la mañana. No podés cobrarnos esto si la película empieza a las 23 hs.” El chico se va con sus cuatro entradas. El señor de la boletería me corrige: “No, Toy Story 4 no empieza a las 23 hs, estás confundida.” Le digo, ya sola, mientras los chicos me despiden eufóricos con un: “Suerte, nos vemos adentro.” Una para la de Almodóvar, por favor. La de las 23 hs. El boletero, también muy joven, me mira y se ríe. “¿Vos pensabas que todo esto era por Almodóvar.?” No le respondo. No me parece gracioso. Compro mi entrada, la película, “mi película” ya había comenzado.


Entro y hay un Antonio Banderas interpretando a un director de cine en decadencia, olvidado, encerrado en su casa de colores, probando heroína por primera vez en su vida. Su amigo y dealer le dice: “Ojo que los comienzos tardíos son los peores.” La gente grande que hay en el cine, se ríe. Me río también. ¿De qué nos reímos? De nuestros propios duelos. De nuestros propios comienzos tardíos en cosas que no podemos manejar. Lloramos, muchos, por nuestras propias juventudes perdidas. Por esa Madrid que ya no existe. Por esa Buenos Aires que tampoco. No somos tan viejos, pero tampoco somos tan jóvenes, ni estamos en ninguna movida. “Salva”, el personaje que hace de Pedro, se fuma un chino y tritura pastillas, se recuesta en una reposera y recuerda a su madre (que interpreta su gran amiga Penélope Cruz). Se rodeó de sus amigos de antes, de sus primeros rodajes, para llorar por lo que ya no está, y ellos estuvieron ahí, para él. Es la primera vez que un Antonio Banderas, ya maduro, me emociona, me gusta, con su barba y sus canas y sus ojos marrones casi todo el tiempo llorosos. Lo miro y veo a Pedro. Se me confunden. Son el mismo. Son todos los hombres hermosos. Vencidos. Solos. Es raro empezar a llorar apenas empieza la película. En general los directores que saben manejar tu sensibilidad, dejan eso para el final. Acá pasa al revés. (O al menos a mí me pasa al revés). Empiezo llorando a mares, y salgo más aliviada.


¿Qué hacer cuando el mundo cambia tanto en veinte años, y todavía te sentís joven pero a la vez, no encajás? Salva no es viejo, pero así se siente. Vive encerrado en su casa. Se atraganta muchas veces y cree que tiene un tumor en el esófago pero no va al médico. Ya no quiere salir. Su asistente le dice que quiere seguir respondiendo sus mails, que le siguen llegando muchas invitaciones. Le responde que bueno, que lo haga y que responda a todos que no. Otra vez nos reímos, ¿de qué? De que nos muestre con ternura nuestra propia abulia, nuestra falta de ganas de salir de noche, de ir a eventos, de estar en alguna movida porteña. Pero estamos ahí, por algo. Su amigo, actor y dealer, encuentra un texto en su computadora (mientras Salva se entrega al efecto de las drogas varias). Se ve una pantalla con varios documentos de Word. Abre uno que se llama “La Adicción.”. Cuando Salva vuelve en sí (o algo parecido) el actor le pide que lo deje representarlo en un teatro pequeño. Lo convence sólo con la promesa de que no diga su nombre. “Hay demasiado de mí y no quiero exponerme así.” Es la primera vez que Pedro se expone de manera tan directa y descarnada en una de sus películas. Es la primera vez que habla directamente (si bien lo hizo siempre) de su madre. Ya no está y dice que no le gustaba, a ella ni a las vecinas. Lo dice en un sanatorio, y suena tierna, y Salva la mira y hay un primer plano de esos ojos marrones llorosos de Banderas.

Lloro de nuevo. Pedro mete el humor cada diez minutos. Es una montaña rusa de emociones. Lloro y me río. Escucho risas y mocos de los otros. Nos tiene en sus manos, otra vez. Pero él extraña esa Madrid de los '80 que ya no existe. Extraña a los jóvenes. Extraña a su madre y a su infancia. Extraña a sus primeros amantes. Nos muestra de la manera más tierna posible su primer deseo. Nunca había visto eso en una película. El primer deseo de un hombre hacia otro hombre. Un niño mirando a un joven desnudo bañándose. Un niño que se desmaya al verlo. Un Pedro que se despierta sólo. Un ex amor argentino que lo sorprende en la noche, pero no se queda a dormir. Salva le dice: “Terminemos las cosas como Dios manda” , “Nunca nos importó Dios, además podemos terminarlas a la mañana.” Al final se da el beso más hermoso entre dos hombres, Leo Sbaraglia y Antonio Banderas. En primer plano, se besan.


“Por los viejos tiempos”. Su amante argentino se va, con una mujer. Tiene novia, ex esposa e hijos. Salva fue el único hombre de su vida. Lo deja sólo otra vez.


Vuelvo a preguntarme ¿Qué hacer cuando el mundo cambia tanto en veinte años? Internet, la gran revolución. Eso que tanto ahora necesitamos y defendemos. Internet, me pregunto. Netflix, Youtube, y todas las plataformas que uso, ¿mataron a Pedro Almodóvar? ¿Ya los jóvenes no vienen a verlo porque hay otras opciones, tantas y desde sus casas? Sigo mirando. Sigo llorando y largando una risa triste cada tanto.


Me alivia pensar que, después de cinco años volvió a escribir. Pienso que finalmente la película se hizo, se rodó, se estrenó. El cine, (aunque sean todos mayores de 30) se llenó un sábado a la noche. Y a la vez, me temo que esta sea su última película (y esta mi última nota).-

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