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  • Alejandro Cesario

El silencio de lo indecible


Novela poética que muta en canto, efigies que nos arrastran inexorablemente en emoción, cargadas de una lindeza que alegra el espíritu y rendidos de luz nos alberga al placer de la lectura.


Como decía Carlos Castaneda, en Las enseñanzas de don Juan: antes de embarcarte en cualquier camino tienes que hacerte la pregunta: ¿tiene corazón este camino?

Pues ¡sí!!!! Los guardianes del equilibrio es una travesía donde ¡vibra la lisonja de la palabra, bulla la nítida carantoña de la esperanza!!!!


Se rastra en ciertas cuestiones medulares: la existencia, el tiempo, el derrotero, el óbito, la devastación y la infinitud, para hacer una lista que si bien no alcanza va cultivando, ilustrando el periplo de la novela:


“Una de las antiguas leyes que rigen el mundo humano desde su incierto origen es que nada, nadie es puro, nunca lo fue, ni lo será, la pureza no es un don que algunos reciben y otros no, es más bien un horizonte, un punto de llegada, no de partida, vivir es un arduo camino que consiste en ir desprendiéndose de todo rastro de daño, dado o recibido, vivir es ir limpiándose, de a poco y con mucho esfuerzo, y es un trabajo personal, nadie puede hacerlo por otra perso­na…”


El libro se erige en capítulos que se atiborran entre sí, se entrelazan sin ningún tipo de paradojas. Se departe entre lo lozano y lo vetusto, siempre en medio de la ruina y su resurrección posible.


Existe una comunión entre las imágenes y el texto, con un lenguaje mancomunado que ya nos tiene acostumbrado Eda en sus libros de poesía.

El lector (cualquiera sea su edad) se somete a un mundo de sentimientos complejos y profundos: niños y niñas sin juegos, sin amor, con gazuza, y adultos que no logran mitigar semejante pena, sumergidos en el egoísmo, consumidos por las grandes miserias humanas.


Personajes como Laura, Piero, Livia, Francisco, Pablo, Ramiro, Sofía, todos ellos con vivencias de abandonos, de maltratos, criados sin amor, víctimas de un sistema que suele ser muy dañino con los chicos y adolescentes. Presos en esos limbos de la injusticia, teniendo que atravesar sus propios infiernos, como los abismos de sus conciencias.

Lara: vive para sí misma, encerrada en su bosque húmedo fragante y tibio. Piero: vive en calles oscuras y abandonadas, nacido y crecido entre gente perdida, pero él logró no perderse.

Livia: de mirada muy inocente e indefensa, por eso nadie sospecha de su ferocidad. Francisco: vive feliz cuidando a su gente.

Tukama Cali: es la portadora de la profecía, es la gran transformadora. Ella los cobijará bajo sus alas, los guiará para que cada uno de ellos pueda encontrarse consigo mismo y con el otro, haciéndoles ver que la solidaridad es la entrada a ese bosque de sueños, de amor y de libertad.


-“Ahora mismo, el bosque rechazará toda agresión, este bosque renacido está protegido por la fuerza de la magia, nadie podrá destruirlo, el bosque percibirá el odio en el corazón de los que se acerquen con mala intención y, de un modo o de otro, los rechazará, eso lo protegerá a él y a las personas que se acerquen con amor, con cortesía, con necesidad de alimento y protección…-“


Contra todas las evidencias, cada personaje es rescatado por los ojos de Tukuma Cali, fanales que pertenecen al embrujo de la poesía. De aura misteriosa y cuyo peregrinaje está en las pequeñas grandes cosas. Quizá desde ahí, Eda Nicola arguye a las palabras del Zarathustra de Nietzche: ¡Ah, hay muchas cosas entre el cielo y la tierra que sólo se imaginan los poetas!


La novela nos envuelve en una voz viva y nos brinda una chance de ver, de interpretar la historia, la cultura, el maldito consumismo (lo de maldito corre por mi cuenta) y a la malicia que se debe reprimir.


“Piero y Francisco comiendo en los basurales de las grandes urbes”.


Eda Nicola narra con exquisitez y es capaz de llevarnos hasta la barbarie, hasta buscar por detrás de la civilización. Eda nos convoca a vivir en esperanza, existe una resurrección posible con un aullido presto:


“Todo lo que se siembra en el tiempo da sus frutos, y todo, cada mínimo elemento vinculado al proceso, influye en cómo será”.


Hay un movimiento permanente entre la ficción y una filosofía de vida, que Eda no esquiva, sino todo lo contrario, se abraza, la cuestiona y la trabaja como ningún otro.


Cuando no se sabe que esperar de muchas cosas… aparece éste libro, un libro que moviliza ya que nos muestra en la fragilidad de los personajes un mirar, una mirada en donde poner nuestra sensibilidad. Eda muestra esa fragilidad como si fuera una frontera: se está o no se está.


En Los guardianes del equilibrio, existe un fraseo en los personajes, y Eda, logra que el silencio se escuche en la voz de cada uno de ellos.

Héctor Tizón, decía que su desvelo era "lograr, en el fraseo literario, que el silencio tan bien empleado por los indios a quienes él solía frecuentar se hiciera oír, con igual intensidad, en sus relatos”.


Eda Nicola narró, como dijo Mozart, cuando le preguntaron: ¿qué era la música? y él respondió: -el silencio que vibra entre las notas-.


Como en El lobo estepario, de Hermann Hesse, Eda, combina (poderosa y en forma acertada) lo fantástico con su propio pensamiento. Como en el libro de Hesse, acá también se refleja una profunda crisis en el mundo espiritual.

Leer a Eda Nicola supone un viaje hacia la naturaleza humana, escuchar el silencio de lo indecible.


“-De los abuelos de los abuelos de los abuelos de mi pueblo viene esta historia que les voy a contar. Ellos, los primeros, los más antiguos, crecieron cuando el mundo era nuevo, apenas nacido, y lo veían crecer y crecer cada vez más, crecía, y a medida que lo hacía, iba tomando nuevas formas, agua, tierra, piedra, montaña, árboles, flores y fru­tos, todos distintos, miles y miles de animales de tierno mirar, y los primeros hombres, los abuelos de los abuelos de los abuelos todo lo veían, todo lo pensaban y conver­saban, y así descubrieron que todo crecía tan hermoso, en armonía, porque sus padres, los dioses, miraban el mundo crecer, y era esa misma mirada de amor la que hacía que todo creciera así, diverso y hermoso”.


Capítulo a capítulo, cada uno de los personajes van tomando una voz propia, intima. La prosa, expugna una admirable fluidez, nos inunda de pensamientos y las tribulaciones de los personajes nos llenan de emociones.


La novela se desarrolla en atmosferas impredecibles. Nacen planos emotivos y metafóricos que vuelan como poesía. A medida que se avanza en la lectura, nos envuelve un fresco oscuro de la sociedad, de la salvaje sociedad consumista abrumada por la gran miseria.

Los diálogos son cristalinos, no se amalgaman al consuelo, ni a la opresiva atmósfera que nos impone el realismo. Sino… a la inspiración de la vida.


En toda esta travesía, que parte sin abandonar el origen, existe un deseo:


“espero que aún esté vivo el bosque, que encuentres en él alguna fruta para comer, espero que también encuentres peces en el mar, y madera para hacer una hoguera”.


Alguna vez le preguntaron a John Berger, escritor y crítico de arte: -¿para qué sirve el arte?, y él respondió: -El arte tiene una cualidad inusual: nos abre la mirada sobre el mundo. Una obra de arte (sea cual sea su origen) nos permite ampliar el horizonte de la mirada sobre la realidad-.


Entonces, afirmo:


-en ese sentido caminan Los guardianes del equilibrio-.



Mayo/junio 2019

Alejandro Cesario




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