La Habana me pide una misa
PIROPOS
Una palabra en la distancia me golpeó de pronto. Una palabra y un silencio que se borró a sí mismo en el significado obsceno de la conjugación de un verbo.
La mujer contiene su ira contra el lenguaje y se coloca los audífonos para no sentir nada, para habitar en los espacios del sonido, la tranquilidad paralela del sonido, ajena a los disparates de su raza, limpia de la lujuria de las calles, dentro de sí misma. Protegida de todo y todos, sin perfumes, ropas y sonrisas, inocente, libre, todavía niña, sin curvas o edades, sin sexo.
OTRA VEZ EN EL PRINCIPIO
En el Malecón
Alguien supo que las aguas no serían mansas y el muro difícil de olvidar. Ningún golpe de suerte lo desterraría. Las piedras de las otras orillas son inciertas como los rostros de las barcas que se asoman a la costa, como los planes de los ojos que se van sin mirar atrás.
Alguien supo que la noche estaría fría debajo de las estrellas de esta incertidumbre, la maldita incertidumbre que no avanza ni retrocede, solo permanece, permanece como las rocas del muro, el aire que sostiene a los aviones o la distancia embalsamada en los ojos de aquellos que nunca la han visto. Cualquier espacio sería necesario, cualquier orilla la adecuada.
Sobre los muros bajitos nunca hay espacio libre. Todos saben que la noche es fría y deben cuidarse de las aguas indóciles, por eso están esparcidos sobre el muro.
Hay música ojos bocas idiomas y preguntas. El muro es lo suficientemente grande para cubrir la orilla y protegernos de todo, pero aquel que se sienta en el muro solo ve la distancia.
AQUEL GESTO
Mi abanico tiene el gesto del salitre en el instante en que bebo mi taza de café y mis amigas miran al puerto o más bien, le gritan a los barcos.
(Los barcos son pesados y llevan cargas pesadas).
Es bueno saber que la lanchita demora. La espera nos permite liberar cargas pesadas, algunas palabras que quedaron atoradas en los dientes. Es bueno saber que el Muelle de Luz se hace más fuerte y nuestras palabras se refugian en sus grandes diferencias.
Una lancha que recorre los bordes, una palabra que nunca es comprendida, un contenedor de silencios marchándose en el buque mientras la huella del petróleo ensucia el cielo.
Mi abanico está cerrado. La taza, vacía. Hay una fila de soñadores y cuatro sillas distantes que nunca comprendimos.
RETRATO DE ARTISTA DE CIUDAD
Sentado, no importa si es en un escalón de la Catedral o en un banco del Prado, no importa si está al lado de su caballete o solo tiene una libreta y un lápiz en la mano. Su mirada es infinita, sonrisa de noche, misterio de día, diálogo o discurso ante el desconocido: el turista que busca y ansía lo que no le pertenece. No importa si los idiomas no logran mezclarse, no importa si no se entienden: el arte es un código universal, de todos y de nadie. Solo los colores y el éxtasis se quedan.
El artista sabe el propósito de su obra, sabe que siempre será suya aunque se cuelgue en la pared de un desconocido al otro lado del mundo, y la haya regalado por tan poco. El tonto es el turista que compra lo que no le pertenece, lo que nunca será realmente suyo y, por más que observe e imagine, nunca llegará a entender.
El artista lo sabe, por eso se levanta y ocupa el espacio vacío en el caballete con otro cuadro. Se sienta, no importa si es en un escalón de la Catedral o en un banco del Prado, lo importante es que sonríe.
LA ESCRITURA QUE DEJARON LAS PALOMAS
Hay puentes en todas partes. En la escritura que me dejaron las palomas… SUSEL DANILSA ORTIZ
Soportadas en el aire, cada pregunta me alcanza. Un caminante me detiene. Los granos de chícharo ruedan de pico en pico y les nacen alas, cotidianas e imperfectas con señalizaciones y plazos de vencimiento. No conozco el idioma de las aves pero de un modo las entiendo. Algún día tuve la necesidad de posarme sobre esta fuente y beber de su agua, alguna vez quise abrir las alas y lanzarme de lo más alto de esta torre, de llenarme con unos pocos granos y dejar mi basura en cualquier sitio. Nadie juzga a la paloma que se posa sobre los hombros de los desconocidos, ni cuestionan lo que miran sus ojos, ni lo que susurran en los oídos de los extraños. Para ellos una paloma siempre es símbolo de paz, pero una mujer sola delante de un desconocido es siempre un lugar incierto.
PROMESAS
para M.
Y cuando las brisas coloniales nos penetran, a lo lejos, el salitre que corroe nuestra estructura y una clave cubana, que es la permanencia, me pone cara a cara con una ceiba.
Al fin comprendo cada idioma, cada rostro labrado en el asfalto, cada promesa amarrada a sus raíces.
Un nuevo edificio comienza a levantarse mientras el sol se suicida en la distancia, y tú y yo nos abrazamos, y nos unimos a la ciudad a modo de cordón umbilical.
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Giselle Lucía Navarro (Alquízar, 1995)
Poeta, narradora y diseñadora. Es licenciada en Diseño Industrial por el Instituto Superior de Diseño de la Universidad de La Habana y egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Profesora de la Academia de Etnografía de la Asociación Canaria de Cuba. Dirige el Grupo Literario Silvestre de Balboa. Miembro de la AHS y del Movimiento Poetas del Mundo. Ha obtenido diversos reconocimientos entre los que destacan el Premio Edad de Oro 2018 (poesía infantil), el Pinos Nuevos 2019 (novela juvenil) y el David de Poesía 2019 que otorga la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Ha recibido menciones en los concursos internacionales Ángel Gavinet (Finlandia, 2012), Poemas al Mar (Puerto Rico, 2012) y Nósside (Italia, 2019). Textos suyos han sido traducidos al inglés, francés e italiano, y publicados en antologías y revistas de Cuba, España, Chile, Perú, Estados Unidos, México, Finlandia, Venezuela, Argentina, Puerto Rico, Italia, India y Bélgica.
Obras publicadas: Contrapeso (Colección Sur Editores, 2019), El circo de los asombros y ¿Qué nombre tiene tu casa? (Editorial Gente Nueva, 2019).
Los poemas aquí publicados integran su obra La habana me pide una misa.