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  • Pablo Tomasello/Claudio Ramos

Gracias


La palabra universal viene del latín universalis y significa "perteneciente al universo". Y nada define mejor el alcance de Diego que esa palabra. Diego es del universo y su vida es en sí un universo.

Lo despidieron diarios de todo el mundo. Desde los nuestros, pasando por los de Latinoamérica, los de Europa, y llegando a Asia y África. Hasta los diarios ingleses lo glorificaron. La viñeta de The Guardian, donde Diego gambetea a Winston Churchill, Shakespeare, Enrique VIII, Los Beatles, David Bowie y hasta Margaret Thatcher, es una muestra, entre tantas, de la idolatría por el Pelusa de Fiorito.

Diego es de Fiorito, del Sur y desde allí vio y entendió al mundo.

No debe haber en la historia moderna tanta unanimidad en las tapas, en el dolor, en las lágrimas. Siempre hay excepciones, claro, pero este no es lugar para mencionarlas, no hay espacio para el odio visceral que le tenían. Sólo es momento de emoción, de tristeza y, por supuesto, de eterno agradecimiento.

En la mayoría de esas tapas tiene estampada en su cuerpo pequeño y macizo, la camiseta de la Selección, en muy pocas la de Barcelona, en otras las del Napoli, la de Boca o la de Argentinos. Y esa camiseta, la nuestra, era su bandera y la nuestra, en el mundo. Con orgullo de barrio y de País la llevaba puesta. Hizo de nuestros colores una bandera de lucha. Y luchó en la cancha y fuera de ella. Contra los equipos poderosos del Norte de Italia y contra los personajes poderosos de mundo. Los enfrentó, nunca se calló. Y fue amigo de aquellos, que, como él, defendieron a los pobres. Perón, Evita, Néstor, Cristina, y ahora Alberto, para hablar de los nuestros. Fidel, Lula, Chávez, Evo, entre tantos otros.

Fue (es) el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos. Nadie lo igualó ni lo superó. Quizás el futuro nos depare una sorpresa. Mientras tanto para aquellos que somos de su generación se nos fue uno de nosotros, un familiar. Y lo más impactante es que los chicos que no lo vieron jugar lo idolatran y lo lloran. Las calles del mundo, de su universo, se poblaron de gente que, perpleja, triste, feliz, cantando, en silencio, salieron a despedirlo.

¿Qué otro personaje del mundo logrará esto? Me atrevo a decir que ninguno. Ni político, ni deportivo, ni religioso. Por donde iba todo se detenía. Partidos de básquet, carreras de Fórmula 1, ni hablar de sus colegas jugadores. Todos querían una foto con Diego. Ni hablar de los lugares públicos. Hasta en el Muro de los Lamentos, los que allí estaban se volvieron a saludarlo. ¿Lograremos dimensionar esto?

Desde ayer alrededor del mediodía se detuvo nuestra realidad. Quizás su último logro haya sido ese, detener el tiempo.

Murió, dicen, durmiendo. Ojalá haya sido así. Que haya encontrado la paz que tanto necesitaba.

Tenemos la obligación de recordarlo con alegría. Nos dio felicidad, mucha felicidad. Mientras tanto nosotros seguiremos gritando por siempre: Marodooo, Maradooo.

Gracias, Diego.


CLAUDIO RAMOS















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Fotografía: Pablo Tomasello

Texto: Claudio Ramos



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